jueves, 30 de julio de 2009

DESENGAÑO

El verano no es Vittorio Gassman conduciendo a todo gas su Lancia Aurelia por las calles desiertas de Roma, sino la enorme cucaracha que ayer aplasté de un zapatazo en el corredor de mi casa.

jueves, 23 de julio de 2009

MATEMÁTICAS

De golpe caigo en la cuenta de que todavía no he aprobado las matemáticas, y eso que llevo años ejerciendo mi profesión como si tal cosa. Sé que en alguna parte hay una placa de metal que lleva mi nombre, que me he puesto la toga de abogado muchas veces, pero nada de eso me tranquiliza, antes al contrario: me angustio y me digo que he debido de cometer algún fraude del que pronto tendré que rendir cuentas ante la justicia. Entonces el pánico, las prisas, matricularme —¡qué remedio!— y asistir a clase junto a compañeros desconocidos y silenciosamente hostiles que se niegan a pasarme sus apuntes y me relegan a una solitaria banca al fondo del aula convenientemente enorme y tétrica; tomar apuntes en unos folios amarillentos que he encontrado en el cajón de mi pupitre entre bolígrafos mordisqueados, renegridos trozos de goma de borrar y los restos fosilizados de un bocadillo de salchichón; comprobar con horror que me tiembla el pulso y no puedo seguir al profesor que habla vertiginosamente de cosas incomprensibles (las palabras binomio, integrales, álgebra me saltan a la cara como tigres dispuestos a devorarme). De mi mano sale una caligrafía lenta e infantil, temblorosa, insegura. Al cabo de un rato desisto de seguir tomando apuntes; total, no entiendo nada de lo que, con gran aparato de diagramas y fórmulas que van ocupando rápidamente la superficie de la pizarra, explica el profesor, un viejo casi enano y mal vestido con cara de tener muy mala leche. Levanto la vista de mis folios garabateados y miro a mi alrededor los rostros infinitamente aplicados de mis condiscípulos, quienes asienten gravemente con la cabeza como si entendieran sin el menor esfuerzo todo ese galimatías de ecuaciones y principios matemáticos, a la par que toman apuntes a toda velocidad. Como un tonto desamparado dejo que mi mirada vague de un rostro a otro y a otro, hasta arribar sin yo pretenderlo en el rostro tieso y avinagrado del profesor que abruptamente se calla y clava su mirada homicida en mis pobres ojos asustados, tira la tiza sobre la mesa y comienza a avanzar hacia mí, caminando con malvada lentitud entre las filas de alumnos. Finalmente llega hasta mi mesa, la más apartada de todas, y se planta frente a mí a un palmo de mi nariz, obligándome a respirar el tufo a tabaco y sudor que exhala su traje odiosamente marrón. Mi cabeza se dobla dolorosamente hacia atrás para poder ver ese rostro apretado y ofendido hasta el alma. Durante unos segundos permanecemos así, el profesor parado frente a mí y yo mirándolo en una postura incomodísima, humillante. Hay un silencio de muerte, súbitamente el profesor agarra de un manotazo el papel que tengo sobre mi mesa, lo levanta y lo exhibe ante toda la clase como si fuera la cosa más ridícula del mundo, mis absurdos apuntes, para que los demás alumnos lo vean y rompan a reír a carcajadas entre convulsiones y gestos obscenos que el profesor inexplicablemente tolera y hasta promueve. Es entonces, en mitad de tanto escándalo y tanto escarnio, cuando me cruza la mente una visión de mi despacho, veo mi título de licenciado colgando triunfal de una de las paredes, veo la firma del rector, mi propia firma, los sellos oficiales, los timbres, y de repente todo está claro, perfectamente claro, siento un alivio tremendo y poco me importan ya las risas estúpidas de esos niñatos, la sonrisita burlona del maestro, pobre viejo. Mi título (legítimo, inatacable) me hace invulnerable. Levantándome como un rayo de la banca, echo a correr en calzoncillos hacia mi cama, sobre la que despierto.

martes, 21 de julio de 2009

LA CALERA

He leído poco más de cincuenta páginas de La calera, lo suficiente para darme cuenta de que Thomas Bernhard es un escritor excepcional y de que estoy ante una verdadera obra maestra. Al mismo tiempo, sé que no me va a ser fácil concluir la lectura de esta novela. Las posibles razones: a) mi cabeza no estará para fiestas hasta que no tenga un poco de calma interior (exteriormente, al parecer, siempre estoy calmado), y la fiesta que nos propone La calera exige del lector una especial atención y una cierta predisposición a asimilar nuevas formas (nuevas para mí, se entiende); b) no quiero hacer una lectura superficial e irresponsable (como lector uno tiene sus obligaciones, qué duda cabe) de La calera: podría dañar sin remedio la inmejorable impresión que me ha causado lo que hasta ahora llevo leído; c) quiero estar, como lector y en la medida en que me sea posible, a la altura de la obra.


Debo, pues, esperar. Por otra parte, no hay de qué preocuparse. Sé que el libro se me abrirá cuando llegue el momento idóneo. Y el momento llegará, porque siempre ha llegado.

lunes, 20 de julio de 2009

TESORO OCULTO

Carlos G nos muestra por primera vez una colección de dibujos y acuarelas que perteneció a su tío el pintor Antonio Adelardo; lo mejor, un boceto del cuadro que durante años estuvo colgado en la sala de espera de la consulta de su padre y hoy preside el salón de su casa (véase la fotografía que ilustra esta entrada), un dibujo original del humorista Tono, otro dibujo a tinta de Escassi y una extraordinaria acuarela en la que dos cirujanos disecan el cadáver de un conejo blanco, firmada por un tal Romero. Ante la visión de tales maravillas, Carlos L y yo le reprochamos a nuestro amigo que no nos las haya enseñado en tantos años. Carlos G se encoge de hombros. Él es así. Posee tesoros con la envidiable naturalidad de quien ha tenido trato con ellos desde la infancia.

miércoles, 15 de julio de 2009

FAULKNER

Después de leer a Faulkner, cualquier otra prosa que no sea la suya nos sabe a achicoria. Esto nos pasa a todos los lectores de Faulkner, bienaventurados seamos, incluidos Onetti ("Todos coinciden en que mi obra no es más que un largo, empecinado, a veces inexplicable plagio de Faulkner. Tal vez el amor se parezca a esto.") y Benet, como es sabido. ¿Qué leer después de ¡Absalón, Absalón! o Las palmeras salvajes? Me temo que nada o poca cosa. Uno se vuelve un lector demasiado sabio, demasiado exigente después de sumergirse en las aguas del río Faulkner.


Hay una frase de Las palmeras salvajes que me apetece releer ahora. Algo sobre el dinero, sobre la relación que algunas personas tenemos con el dinero. Voy a por el libro, busco la frase, tardo en encontrarla menos tiempo del que pensaba, hela aquí: "Porque estoy aún y probablemente lo estaré siempre, en la pubertad del dinero". Exactamente ahí estamos y estaremos siempre, mi querido William, en la pubertad del dinero. No se puede decir mejor.

viernes, 10 de julio de 2009

ASESINATO, SUMARIO

Las palabras asesinato y sumario, escritas por el fiscal de su puño y letra en el informe cuya fotocopia tengo sobre mi mesa y subrayadas en rojo por mi mano. Si el abogado de la acusación particular (yo) ha quedado impresionado por la sola lectura de estas dos palabras, me pregunto qué sentirá la imputada cuando sepa que va a ser procesada por asesinato, aunque sólo sea en grado de tentativa. Esto último, por suerte para mi amigo A, dicho sea de paso.

martes, 7 de julio de 2009

CHI NON LAVORA...

Lo veo venir: voy a pasarme el verano viendo películas de Vittorio Gassman y tarareando canciones de Celentano, soñando que conduzco como loco por las calles desiertas de Roma el Lancia Aurelia de Bruno Cortona y soñándome Bruno Cortona en Il sorpasso, esperando a que llegue el día de la Virgen de los Reyes para decirle al primero que quiera escucharme que estamos en ferragosto, repiténdome aquello de chi non lavora non fa l'amore, que traducido a lo bestia viene a decir "el que no curra no folla", comiendo pizza y lasaña, bebiendo chianti, seduciendo a las criaditas de espesas cejas negras y gruesos muslos blancos, diciéndome, sentado en una terraza de la plaza de Los Terceros o del barrio del Trastevere con Carlos G o Alberto Sordi, que este calor sevillano es también calor romano, recordando a Silvio, que a ratos también quiso ser Adriano Celentano o Domenico Modugno y nunca, que yo sepa, cantó en el festival de San Remo, uniéndome a la pandilla de los vitelloni para salir de farra por las noches y ser tan vacuo y adorable como cualquiera de ellos, cantando a pleno pulmón La ragazza del elevatore en la ducha, haciendo el macarra en toda ocasión que se me presente, ese macarra que vive en mí y que no sabe qué hacer con este muchacho modosito y responsable que aquí reconoce que no da el tipo, pero que una vez más se concede el derecho a soñar. Pregherooo...

jueves, 2 de julio de 2009

MONTERROSO

Augusto Monterroso escribió algo que yo podría suscribir con pocas modificaciones o ninguna. Dice así: "Apenas ahora empiezo a darme cuenta de que mi vida se ha deslizado entre fuerzas absurdas que no puedo dominar, a saber: el miedo infantil a los adultos; la indecisión cuando la decisión no importa; la duda cuando la certeza da lo mismo; el temor a ver lastimada mi vanidad, que huye siempre bajo un disfraz de indiferencia; el falso entusiasmo ante obras ajenas mediocres, dictado por el deseo de agradar y de ser perdonado por algo que todavía tengo que averiguar qué es".