domingo, 4 de mayo de 2014

Ya era hora de que tú y yo tuviéramos un momento de intimidad

Los años... los años nos van puliendo, redondeando... los años, todos sabéis de lo que hablo, van quitándole hierro al asunto. No hace mucho, apenas una década, me retorcía de ira e indignación por cualquier cosa. Una banda de cornetas y tambores, por ejemplo. Un pantalón color burdeos, por ejemplo. Pero en los últimos tiempos mi carácter se ha suavizado mucho. Con la edad me he vuelto, si no tolerante, al menos indiferente. Politesse es la palabra justa. (Aunque por dentro, por dentro... ¡qué de pelotones de fusilamiento lleva uno por dentro, mis queridos niños!) Los años, decía. Los años nos ablandan y eso es terrible, leemos algo que escribimos hace siglos o vemos esa fotografía o esa película o, Dios no lo permita de nuevo, escuchamos esa canción y entonces se nos saltan las lágrimas y la boca se tuerce en una mueca horrorosa. Así es, y vergüenza debería de darnos. Ah, pero los años... Los años a veces traen dones inesperados. A algunos nos traen la intimidad. Esa intimidad que durante tanto tiempo se mostró esquiva y nos rechazaba casi a puñetazos y un buen día, zas, ahí está. Esa intimidad absolutamente íntima, yo me entiendo. De modo que brindemos por ello (rápido, la vida pasa) y, por favor, no le demos más vueltas.