lunes, 8 de agosto de 2016

Viva México, cabrones

A México nos vamos en estos días de canícula y sofá y tiempo de sobra para aburrirnos como nopal en el desierto. Al México que aquí me invento (México sin salir de casa, sin salir del iPad podría decirse) se entra por la puerta grande de Juan Rulfo. Rulfo es infinito, aunque paradójicamente toda su literatura quepa en un par de tardes bien aprovechadas. Y luego luego de Rulfo (inclúyanse of course sus fotografías), recorrer despacito el largo camino de las películas de María Félix y de Dolores del Río y también, por qué no, las abominables aunque extrañamente seductoras películas de luchadores: Santo y Mantequilla Nápoles en La venganza de la Llorona y Lorena Velázquez y Elizabeth Campbell en Las luchadoras contra la momia o en Las lobas del ring. Qué guapa Lorena y  qué bien luchaba. Todas en YouTube. Y entreveradas, la novela Mantra del argentino Rodrigo Fresán, que ando leyendo, y las novelas del chileno Roberto Bolaño, que ya leí y que algun día volveré a leer. Y en mi (mala) memoria, las novelas La muerte de Artemio Cruz y La región más transparente del, este sí, mexicano Carlos Fuentes. Y si hay tiempo, revisitar las películas Los olvidados y Él de Luis Buñuel y El tesoro de Sierra Madre de John Huston, sin olvidar las películas que Sam Peckinpah rodó en México. Y descubrir por casualidad la película Macario con su poderosa imaginería (vean mis conciudadanos el comienzo de la película y díganme a qué les recuerda... Claro, la Canina, pero también Valdés Leal y sus postrimerías, dense una vueltecita por la iglesia de La Caridad y miren ese esqueleto mitrado, mírenlo bien e imagínenselo encaramado a un paso y entrando en La Campana. Glorioso). Y la película aquella de Eisenstein que quedó inconclusa pero que nos dejó vigorosos fotogramas, todos muy mexicanos y al mismo tiempo muy Eisenstein.

Ítem más: el tequila que bebíamos a tumba abierta cuando éramos más jóvenes, las calaveras de azúcar que nunca probamos, las cananas terciadas y el sombrero charro de nuestra infancia. Y el calor. La calor. Del calor, de la calor, poco es lo que México puede enseñarme, la verdad.

Supongo que todo esto tiene tanto que ver con México como el flamenco, las corridas de toros y la paella tienen que ver con España. Pero hay que disculparme, mis recursos son escasos y mi erudición muy pobre. 

2 comentarios:

M. dijo...

Siempre me han importado los países; pensar en todo lo poco que conozco de ellos es una efectiva forma volverme diminuto, como el Chapulín Colorado en pastillas de chiquitolina. Aprovecho la ocasión mexicana (de la que tomo abundantes notas) para apuntar algo que no sé si esta suficientemente explicitado: Benno Archimboldi, el personaje de Bolaño es B. Traven, el elusivo autor de El tesoro de Sierra Madre. Saludos desde bajo mi volcán.

C. B. dijo...

Investigaré el caso Traven como es debido. Saludos, señor cónsul.