lunes, 16 de febrero de 2009

LA CARA EN LA NUCA

Me acuerdo de lo que decía Julio: después de los cuarenta años la verdadera cara la tenemos en la nuca. No hago más que recordar los tiempos en que éramos capaces de pasarnos la noche bebiendo como animales y riendo como locos y todas nuestras preocupaciones se llamaban examen o sexo (obsérvese cómo se repite la siempre misteriosa letra equis). El viernes pasado salimos a dar una vuelta por ahí, Angelito, Carlos García, Rocío, Lola y yo -y nuestro hijo, porque no hay manera de que mis padres se queden con el niño. Daba lástima ver a Angelito apoyado contra la fachada del bar Las Columnas, doblado por el dolor, la cara hecha un poema mientras se lamentaba: la hernia me está matando, coño. En ese momento sentí lástima no tanto por el dolor del amigo sino por mí mismo, por mis casi cuarenta y un años y tanta vida desperdiciada. Porque uno siente que la vida, la verdadera vida, ya pasó, y no fuimos capaces de disfrutarla como merecíamos por el simple hecho de ser jóvenes, estar sanos y vivir de nuestros padres. Ángel está viejo, Carlos García está viejo, Rocío envejece. Me miro al espejo y todavía veo al muchacho que fui, pero si me miro en las caras de mis amigos no puedo sino sentir un escalofrío de pánico.
Ahora, mi único consuelo: los diez mil que escondo en el despacho, detrás de una caja de cartón.

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