miércoles, 30 de diciembre de 2009

ESTÁ MUERTO, ¿NO?

Había empezado a leer el segundo capítulo de Lolita cuando llegó mi hijo y se sentó a mi lado, en el sofá. Muy serio, muy en su papel de hijo que se interesa o finge interesarse por lo que hace su padre cuando éste no tiene nada que hacer, me preguntó qué leía, y yo le dije que una novela de un tal Nabokov. Ah, dijo él, como si conociera a Nabokov de toda la vida. ¿Quieres ver una foto de Nabokov?, mira, y abrí el libro por el final y le mostré una fotografía en blanco y negro en la que sale Nabokov embutido en una especie de chubasquero, sonriendo, no a la cámara, sino a alguien o a algo que hay por encima de su cabeza, a su derecha, con esa sonrisa de viejo socarrón y lascivo que fácilmente podemos imaginarle sin necesidad de fotografía alguna. Entonces mi hijo puso un dedo sobre la nariz de Nabokov y dijo con absoluta naturalidad:
-Está muerto, ¿no?

PAREDES/LLUVIA/131

Las paredes abofadas del despacho son mi melancólico e involuntario homenaje a Andrei Tarkovski. Desde luego, preferiría no verlas así. Mi lirismo no llega a tanto.
La lluvia en exceso me repugna. Las ropas húmedas, los zapatos mojados, los charcos de agua sucia... todo eso me da asco. Debería escampar de una vez por todas. Días de lluvia... Aprendí a conducir en días como estos. Me acuerdo del olor a perro mojado del viejo 131 de mi padre. El volante pringoso, el parabrisas empañado y perlado de gotas de agua y los limpiaparabrisas haciendo frap-frap, frap-frap. Y el nudo en el estómago cada vez que tenía que aparcar aquel transatlántico. Pitad, cabrones. No veía nada con aquel morro inmenso y aquellos cristales empañados. Y cómo pesaba la dirección, tenías que agarrar el volante así y tirar con toda el alma. Y los de detrás venga pitar. Sí, llovía, llovía mucho cada vez que cogía el 131 de mi padre aquel invierno de 1987. ¡Qué mierda de lluvia!

domingo, 27 de diciembre de 2009

INVENTARIO APRESURADO

¿Qué me ha dejado el año 2009? Dos escritores, Roberto Bolaño y Thomas Bernhard, y el cineasta Andrei Tarkovski. Y el deseo (comprensible, pues soy peterburgués hasta la médula, y si no me creen pregúntenle a mi querida Nastasia Filippovna, que ella sabrá defenderme) de leer Petersburgo, una novela de Andrei Biely.
Con Bolaño estuve en Isla Canela, quiero decir en el desierto de Sonora, desenterrando cadáveres de muchachas asesinadas y violadas y esperando con la respiración contenida y un hilito de baba cayéndome de la comisura de los labios la llegada del gigante que nos salvará de la mala literatura.
Con Bernhard construí una calera (seguí escrupolosamente las indicaciones, y el resultado ahí está) que bien podría ser la casa de mis pesadillas (últimamente sólo pesadillas, siempre casas desvencijadas y malsanas, siempre espacios cerrados y homicidas).
Con Tarkovski, la maravilla de ver cómo en la pantalla del televisor aparecen, sin que uno tenga que hacer el menor esfuerzo, mis sueños y mis recuerdos. Recuerdos, entre otros, de cuando uno era ruso y vivía en San Petersburgo sin un rublo y no hacía otra cosa que releer incansablemente Un héroe de nuestro tiempo y suspirar por las largas y perfectas piernas de Nastasia. Decía Céline que la auténtica aristocracia humana la confieren, digan lo que digan, las piernas, y yo afirmo que si eso es así, no hay mujer más aristocrática que Nastasia Filippovna. Pero estoy desvariando. Basta de Nastasia por hoy.
Lo que quería decirles es que ahora, justo cuando el año 2009 está a punto de irse para siempre, me he hecho amigo del sobrino de Wittgenstein. Él está encerrado en un manicomio y yo en un sanatorio para enfermos de pulmón, maldito sea el tabaco. Sanatorio y manicomio, instituciones sumamente austriacas, están separados por una verja que los reclusos (sí, somos reclusos antes que pacientes) de uno y otro lado burlamos con gran facilidad arrastrándonos por debajo. Al atardecer los locos tienen que ser capturados por los guardianes y metidos en camisas de fuerza, y tienen que ser sacados de la zona de pulmón y devueltos a la de los enfermos mentales con porras de goma, como he visto con mis propios ojos, y eso no ocurre sin gritos lastimeros que me persiguen hasta en mis sueños. Pero la amistad de Paul compensa sobradamente tan tristes espectáculos.
Pues eso, Bolaño, Bernhard, Tarkovski y el deseo de Biely. Lo demás puede olvidarse.

viernes, 18 de diciembre de 2009

¡EL FRANCIS BACON NO LO VENDO!

Konrad, arruinado, entrampado hasta las cejas, ninguneado por los mismos bancos que durante decenios le habían prestado dinero a manos llenas con el solo aval de su apellido, sin habilidad alguna para ganarse la vida, logró sobrevivir durante un tiempo malvendiendo a avispados anticuarios la mayoría de los muebles y cuadros y demás objetos valiosos que había ido acumulando a lo largo de los años. Todo lo vendió o quiso vender, como digo, en su demasiado humano afán de supervivencia. Todo, excepto su Francis Bacon. ¡El Francis Bacon no lo vendo!, se le oía decir una y otra vez con su característica vehemencia.
Y yo ahora me pregunto: ¿qué objeto de los que poseo no vendería bajo ninguna circunstancia? ¿Qué cosa es mi Francis Bacon? Y después de meditarlo durante unos minutos, mientras hojeo, precisamente, un libro sobre la vida y obra de Francis Bacon, cuyos cuadros, dicho sea de paso, me atraen y me repugnan a partes iguales, llego a la conclusión (sin sombra de patetismo, que quede claro) de que no tengo nada digno de no ser vendido, pues posiblemente no tengo nada digno de ser comprado. Y aquello que yo llamaría mi Francis Bacon, aquello de lo que no me separaría jamás, bajo ninguna circunstancia, no pertenece al comercio de los hombres, pues no es más que una pobre secreción de mí mismo sin valor alguno, excepto el puramente sentimental. Me refiero (aquí no hay lugar para el misterio) a mis diarios y apuntes, que, como ese hilo de baba que va dejando tras de sí el caracol, he ido dejando yo sobre el camino.

sábado, 5 de diciembre de 2009

ANDREI TARKOVSKI, HERMANN BROCH Y LOS MUROS DE LA INFANCIA MÍA

Tarkovski filma para mí. Eso es así y no cabe discutirlo. Filma las casas viejas de mi infancia, los charcos de mi infancia, las paredes húmedas y desconchadas de mi infancia, las máquinas herrumbrosas y los jaramagos y los silenciosos perros de mi infancia. Filma mis sueños y mis recuerdos, sean estos reales o inventados. Filma los juegos a los que yo jugaba de chico, aquellas incursiones por el solar que había junto a la casa de mis abuelos, en la calle Atienza, en el que nos colábamos mi hermano y yo por un agujero excavado en el muro. (No se me va de la cabeza esa tira de tela anudada a una tuerca, o esa tuerca con una tira de tela anudada, que una y otra vez arroja el protagonista de Stalker para mostrar a sus acompañantes el tortuoso camino que los llevará a la habitación donde sus deseos serán cumplidos, si es que se atreven a entrar en ella... Yo he jugado de niño a ese juego, yo, que vi Stalker por primera vez hace una semana. El solar de la calle Atienza era la Zona y yo no lo he sabido hasta ahora.) Tarkovski filma la casa de mi niñez, que es a un tiempo la casa que habito en mis sueños, y filma también las casas abandonadas que yo exploraba con mis amigos cuando apenas tenía diez años. Tarkovski me hace el inmenso favor de poner ante mis ojos lo que de otro modo no podría ver más que en mis sueños y en mis recuerdos. Y eso es de agradecer. Mucho. Mi infancia es una película de Tarkovski.
Y Hermann Broch escribió para mí el relato Una leve decepción, del que copio algunas frases que parecen sacadas de mi propio almacén mental: "Surgía la esperanza leve de que la ciudad se abriera de nuevo al campo." "La pared no tenía ninguna abertura en la planta baja, pues habían cubierto con ladrillos las puertas y las ventanas." "Casi era increíble que existiera un espacio libre tan grande a la espalda de los edificios comerciales." "Si se escuchaba atentamente, se oía funcionar una máquina." "Se divisaba un vasto panorama, por lo visto la casa era mucho más alta de esta parte..." "...allá en las montañas que reverdecían bajo el dorado mediodía, en los campos que se extendían a un lado, claros y brillantes." "...y vio un laberinto de tejados, cubiertos unos con tejas, otros con horrible cartón negro..." "...como si lo persiguieran, bajó a saltos la escalera, aunque dándose cuenta de que había numerosos dibujos obscenos en la vieja pared; parecían pintados por un niño." "Le sorprendió que la casa de la que acababa de salir se prolongara hasta aquel barrio, en realidad bastante alejado." El relato de Broch transcurre en la casa donde transcurren mis sueños.
Hay en la calle Atienza una casa cuya puerta nunca he visto abierta. Un día Lola pasó por delante de la casa y vio que la puerta estaba abierta; detrás de la puerta había un jardín enorme, frondoso y salvaje. Yo he soñado muchas veces con ese jardín secreto que nunca he visto. O tal vez sí lo he visto y he olvidado que lo he visto y he preferido creer que lo he soñado.

jueves, 12 de noviembre de 2009

LECTURAS

Comienzo a leer La senda del perdedor, de Bukowski, y Bariloche, de Neuman, y entre medias releo fragmentos de los diarios de Jünger. Bukowski jamás me defrauda. Neuman es todavía un melón sin calar. Los diarios de Jünger me fascinan. Pero lejos de mí la tentación de hacer de esta entrada una especie de crítica literaria. No. Mi propósito, muy simple, no va más allá de anotar aquí qué leo ahora, en estos días de noviembre de 2009, cuando el frío y la luz del otoño comienzan al fin a insinuarse. Anotar también que ayer tuve la tentación de comprar El maestro Juan Martínez, que estaba allí, de Chaves Nogales, pero por alguna razón (seguramente la repugnancia que me provoca el cartelón que cuelga de la fachada de la antigua comisaría de La Gavidia, en el que puede leerse cuantas veces el estómago lo soporte un texto enfermo de sevillanía del propio Chaves) me decidí por el viejo Bukowski y el joven Neuman. Estuve hojeando el libro de Chaves. Buena prosa; nada que ver con los ampulosos delirios de pregonero que podemos leer en el horrible cartelón de la comisaría.

jueves, 5 de noviembre de 2009

VIDA COTIDIANA

Nuestro hogar es esta desolación de muros agrietados y este continuo repiquetear de martillos que me destroza los nervios. Y también las manchas de humedad en el cielo raso, y la falta de luz y de aire, y la tristeza estancada, sin nombre, y los muebles viejos de otra época, y el papel desprendiéndose de las paredes sin que nadie le ponga remedio, y los colores chillones de la fachada que mi padre examina como un experto al tiempo que me dice, con un hilo de voz, algo acerca de una denuncia que según parece nos ha puesto el vecino de enfrente, ese cabrón miserable. Hay un bar en la esquina, un tugurio infecto en el que me refugio a veces y que suelen frecuentar unos tipos simpáticos sin otro oficio conocido que el de beber una cerveza tras otra acodados en la barra y comer cacahuetes cuyas cáscaras arrojan alegremente al suelo ante la indiferencia del camarero. Y justamente ahora entro en el bar con mi hijo y lo siento sobre la barra, pletórico de orgullo paterno; sin mediar palabra una mujer me pone en la mano un cubata, y yo le pido al camarero un Acuarius para el niño. Cubata en mano, me pongo a hablar con un tipo que dice acordarse de mí, de los tiempos en que ambos, al parecer, si he de dar crédito a sus palabras, estudiábamos en la universidad. No guardo memoria de nada de cuanto me dice, pero el hombre es tan simpático, tan agradable, que yo le sigo la corriente y asiento con la cabeza mientras él habla sin parar y va soltando nombres que no me suenan de nada. Luego, un tanto mareado, salgo a la plazuela llevando a mi hijo de la mano y aparece un coche desvencijado lleno de gitanos de aspecto patibulario. Yo sonrío como un idiota, me doy cuenta de que no he dejado de sonreír desde que puse los pies en el bar; le sonrío al gitano que, asomando medio cuerpo por la ventanilla del coche, me pregunta con forzada amabilidad dónde está el convento de no sé qué santo o santa. Me encojo de hombros, siempre sonriente, y le digo que no sé de qué me habla. El gitano vuelve a sentarse, malhumorado y violento, y el coche arranca y desaparece por una callejuela dejando tras de sí una nube de humo negro. Uno de los habituales del bar me dice desde la puerta: hiciste bien en callarte, a saber qué querrán hacerles esos hijos de puta a las monjitas.
Y así van transcurriendo mis días en este barrio dejado de la mano de Dios. Contando las monedas que llevo en la cartera, haciendo cuentas mentalmente, soportando los martillazos que suenan por todas partes sin que nadie sepa decirme de dónde viene tanto ruido. Quietecito y a verlas venir.

martes, 27 de octubre de 2009

OTRO IMPACTANTE TESTIMONIO DE UNA DAMA EX TESTIGO DE JEHOVÁ DE GUAYAQUIL, ECUADOR

Sé que a mi amigo Julio le habría gustado esto de Internet, aunque sólo fuera porque la red parece ser el hábitat natural de cuanto piantado hay en este mundo, y ya sabemos cómo disfrutaba y nos hacía disfrutar Julio cuando un piantado se le ponía a tiro. Yendo a la caza de piantados más o menos inéditos o ignorados por el establishment internacional, y dejando que el bendito azar haga una vez más de las suyas, me he topado con lo que sigue, texto impagable que sin derecho alguno recorto y pego aquí para deleite de mí mesmo y de quien tenga a bien leerlo. Entre corchetes van mis comentarios; me doy cuenta de que estropean el clímax de la historia, pero, qué quieren que les diga, no he podido contenerme. He respetado las mayúsculas del original, he podido comprobar que los piantados sienten debilidad por ellas. Y ahí va eso:

TRANSCURRÍA EL AÑO DE 1993 [un comienzo digno del mejor Balzac, no me digan que no] EN GUAYAQUIL, ECUADOR, CUANDO LUEGO DE SALIR DE MI OFICINA LLEGUÉ A CASA Y ME ENCONTRÉ A MI HIJO JUAN CARLOS CHARLANDO CON DOS TESTIGAS DE JEHOVÁ UNA NOCHE DE MARZO. JUNTO A ELLOS ESTABA MI MADRE TAMBIÉN CONVERSANDO Y OPINANDO DE ASPECTOS BÍBLICOS QUE LAS TESTIGAS REFUTABAN SIN IMPORTARLES OFENDER A UNA ANCIANA DE OTRA RELIGIÓN [las refutaciones, como las dudas, pueden llegar a ofender, ya se sabe; sobre todo si la refutada es una anciana de otra religión], Y CON ALGO DE MENOSPRECIO SE BURLABAN DE SU FE. MI HIJO JUAN CARLOS ERA FANÁTICO DEL HEAVY METAL DE ESA ÉPOCA Y LAS TESTIGAS LO BOMBARDEABAN CON SUS ATALAYAS. [Esta frase me parece digna de figurar en cualquier antología del surrealismo, me río yo de Breton y sus pamplinas.] LUEGO DE ESTO Y ESTANDO CONCIENTES [sic] DE QUE NO TENÍAMOS NINGUNA RELIGIÓN ESTABLE [por lo que se ve, en esto de las religiones también las hay movedizas. Pero sigamos, sigamos leyendo:], ACEPTAMOS UNA INVITACIÓN A SU SALÓN DEL REINO. MI NOMBRE ES ISABEL EVANGELISTA (MI APELLIDO TIENE RAÍCES EUROPEAS DE ITALIA Y PORTUGAL) [y también de España, mi querida piantada latinoamericana, no me rehuya a la madre patria]. LA CUESTIÓN ES QUE ESTOS FANÁTICOS TJ [abreviatura de "Testigos de Jehová", aclaro para los no iniciados] ODIAN A LOS EVANGÉLICOS Y PENSABAN LOS MUY TORPES E IGNORANTES QUE YO ERA DE ESA RELIGIÓN POR LLEVAR ESTE APELLIDO [¡acabáramos! ¡Cuánta torpeza, cuánta ignorancia la de estos malditos tejotas!], LO CUAL ME TRAJO SERIOS INCONVENIENTES EN EL SALÓN DEL REINO, HASTA HUBO UN ANCIANO QUE ME RECOMENDÓ IR AL REGISTRO CIVIL DE GUAYAQUIL Y CAMBIÁRMELO POR OTRO QUE NO TUVIESE CONNOTACIONES DE LA CRISTIANDAD, SEGÚN DECÍA ESTE ACOMPLEJADO FANÁTICO. [La cosa se va poniendo peliaguda, pero tú ni caso, Isabel querida.] DENTRO DE ESTA SECTA HABÍA DE TODO, FANTOCHES, PAYASOS, AFEMINADOS [vaya, vaya con el Salón del Reino. De las reinonas, habría que decir], HERMANITAS SEDUCTORAS DE MENORES [!], MORBOSOS QUE NO PERDÍAN LA OPORTUNIDAD DE MIRARME CUANDO VOLTEABA [!!], Y LO PEOR DE TODO, NO ME DEJABAN COMENTAR SEGÚN MI PROPIO CRITERIO EN LAS REUNIONES DEL ESTUDIO DE LA ATALAYA. SIEMPRE ESTABAN MOLESTOS PORQUE YO SIEMPRE, COMO TODA MADRE, ESTABA PENDIENTE DE MI HIJO JUAN CARLOS [aquí reaparece el fanático del heavy metal "de esa época", la verdad es que ya se le echaba de menos] INCLUSIVE EN LAS REUNIONES DE JÓVENES, QUE LUEGO JUNTOS JUAN CARLOS Y YO DESCUBRIMOS QUE SE TRATABA DE UNA PANTALLA PARA OCULTAR DELEITES DE LA CARNE E INMORALIDAD SEXUAL. [Pero es que se veía venir... ¡ay, bendita inocencia, mi querida Isabelita! ¿Cómo es que no te diste cuenta, hija mía, desde que pusiste los pies por primera vez en el Salón del Reino, de que la cosa iba de deleites de la carne?] JUNTOS MI HIJO JUAN Y YO ENCONTRÁBAMOS ALGO FÚNEBRE [?] EN LAS PUBLICACIONES, ALGO QUE A NUESTRO ESPÍRITU EN LUGAR DE TRAERLE LUZ, LE TRAÍA AFLICCIÓN Y UNA SERIE DE MALAS VIBRACIONES. SIN LUGAR A DUDAS ESTAS REVISTAS ESTABAN PLAGADAS DE IMÁGENES ESCONDIDAS DE ÍNDOLE SATÁNICA [sin lugar a dudas]. POR OTRO LADO, SUS CRONOLOGÍAS ESTABAN ERRADAS Y NO COINCIDÍAN [nada más fastidioso que una cronología errada y no coincidente, estamos de acuerdo]. RECUERDO UNA NOCHE, ABRÍ EL LIBRO APOCALIPSIS Y ME TOPÉ CON LA IMAGEN DE ESA MANO PODRIDA Y HUESUDA SALIENDO DE UNO DE LOS ÁNGELES EN LA ILUSTRACIÓN Y YO SE LO COMENTÉ A LOS TJ EN EL ESTUDIO DEL LIBRO Y NO SUPIERON CÓMO REFUTARLO, Y SÓLO ME DIJERON QUE EL ESCLAVO NO PUEDE SER CUESTIONADO, PUES ELLOS IMPRIMEN LO QUE MEJOR LES PARECE. [Aquí mi imaginación se desboca. Manos huesudas y podridas, misteriosos esclavos que no pueden ser cuestionados pues imprimen lo que les da la gana... ¡Qué catarata de imágenes en mi mente!] FUE ASÍ QUE NOS FUIMOS DANDO CUENTA, JUAN CARLOS Y YO, DE CÓMO ESTA SECTA MILENARISTA Y APOCALÍPTICA SEDUCE A LA GENTE Y LA SUGESTIONA MENTALMENTE [y todo con la connivencia de los esclavos impresores, malaventurados sean]. COMO RESULTADO DE ESTO ENFERMÉ PSICOLÓGICAMENTE POR ESPACIO DE 3 AÑOS [y es que antes de todo esto, Isabel Evangelista era una persona sanísima, salta a la vista], PUES ME PARECÍA ESTAR VIENDO EN MI MENTE UN ARMAGEDON HORRIBLE Y A LOS MUERTOS SALIENDO DE SUS TUMBAS, PERO COMO ZOMBIES. ERA HORRIBLE. GRACIAS AL PODER DE LA ORACIÓN Y AL AMOR DE JESÚS HOY ESTOY LIBRE DE ESA ORGANIZACIÓN ESCLAVIZADORA LLAMADA WATCHTOWER. SALUDOS DESDE GUAYAQUIL-ECUADOR
ISABEL EVANGELISTA ESPINOZA

Y a quien le haya sabido a poco, encontrará más maravillas como esta en el blog El apologista Sociniano, del ingeniero Mario A. Olcese Sanguineti, cuya atenta lectura no puedo por menos que recomendar desde esta mi modesta página. Salud, y duro con los tejotas.

martes, 20 de octubre de 2009

DEL INCONVENIENTE DE HABER NACIDO

En estos tiempos releer a Cioran equivaldría a poner una pistola en manos de un suicida. Las manos quietas, pues, por muy grande que sea la tentación. Y no obstante, las manos se van a la librería. Sólo una frase, ¡venga!, la primera que salga, cualquiera vale. Y esto es lo que obtengo: "Es inexplicable, milagroso, que un hombre de ciudad llegue a pegar el ojo."

viernes, 9 de octubre de 2009

SEVILLA-ÉCIJA-SEVILLA

El viaje a Écija. El hastío de oír una vez más el mismo cuento. La hartura. ¡Qué hartura, hijo, de escucharte una y otra vez la misma milonga! La sensación de estar rodeado de idiotas ambiciosos y miserables. La sensación (o la virtud, en mí inveterada) de estar sin estar. Las palmaditas en el lomo. La risitas. El asco. Y la vuelta a Sevilla, ya de noche, para que yo pudiera ver los restos magníficos de la puesta de sol.

domingo, 4 de octubre de 2009

"NO PREGUNTAR MÁS POR EL ZAPATERO ¡POR FAVOR!"

Este letrero, como casi todos los letreros que prohiben algo, tiene la virtud de incitarnos a hacer justamente lo que prohibe. Y es que después de leerlo uno tiene que morderse la lengua para no preguntar por el zapatero nada más traspasar el umbral de la tienda. La tentación de preguntar por el zapatero es realmente muy fuerte. Muy muy fuerte. Vayan allí si no me creen y hagan la prueba. Yo preguntaría por el zapatero aunque sólo fuera para ver qué pasa.
Podemos imaginar a qué grado de desesperación, de hartazgo, tuvo que llegar la dueña de la tienda para verse en la necesidad de poner un cartel así en la mismísima puerta de su negocio. Cuántas veces tuvo que oír de todo el que entraba en la tienda, fuera o no fuera cliente, la misma pregunta insidiosa, cargada de mala leche: Niña, ¿y el zapatero? Y cuánta desesperación hay en ese ¡por favor! Cuánta rabia, cuánta gota que colma el vaso en esos signos de admiración tan bien puestos, por otra parte, que parecen puestos por un catedrático.


sábado, 3 de octubre de 2009

AUTOBIOGRAFÍA ABREVIADA. INFANCIA (III)

1976: El 5 de marzo escribo en mi diario: "Estoy muy cansado y algo abombado pero no solo estos días sino todos o casi todos los días no es que sea tonto sino tranquilo." Y el 14 de marzo: "...me entretenía con cosas antiguas que me trajo mi tía." Y el 15 de marzo: "Estoy algo extrañado." La enfermedad de mi madre nos obliga a mudarnos a casa de mis abuelos, en la calle Atienza. Acompaño a mi madre a sus sesiones de psicoanálisis con un psicoanalista argentino auténtico. Veraneo en Sanlúcar de Barrameda. El bañador estampado con dibujos de Lucky Luke. Leo a escondidas un interesante artículo (ilustrado) sobre el nudismo. Considerando que la educación que recibo en los Calasancios no está a la altura de lo que se espera de mí, mis padres me llevan al San Francisco de Paula, y ya van cinco colegios en ocho años de vida. Yo, como siempre, me dejo hacer. Don Juan Plata (John Silver), el profesor, se divierte golpeando el culo de los niños con el brazo suelto de una silla. Aparte de esto es un gran cristiano, como él mismo se encarga de decirnos.


1977: La teoría de conjuntos y los bloques lógicos me dan náuseas. Me aprendo de memoria el Trujamán. Sigo siendo el alumno ideal gracias a una fuerza de voluntad y a una confianza en mí mismo de las que hoy carezco por completo. En la tele echan Curro Jiménez. La música de Curro Jiménez me pone como una moto, sólo con oírla me dan ganas de echarme al monte. En mi clase no hay niño que no tenga su propia navaja (de plástico, naturalmente, comprada en La Casa de los Plásticos de la calle Jerónimo Hernández) y en el recreo jugamos a darnos navajazos con el chaleco enrollado en un brazo, como los bandoleros. La fiesta no dura demasiado, sin embargo. Un mal día, por orden de la dirección, don Juan Plata nos requisa las navajas. Unas cuarenta navajas amontonadas sobre la mesa del profesor. Hago la primera comunión disfrazado de Nino Bravo. Cuando el cura me mete la hostia en la boca, me pregunto si seré digno de recibir al Señor en mi aparato digestivo. Elecciones generales. Me declaro demócrata y cristiano. Vacaciones en Torremolinos. Se me muere Elvis Presley, de quien tengo varios discos que no puedo oír porque en casa no hay tocadiscos, para oírlos tengo que ir a casa de mi tía Carmela y pincharlos en su picú. Empiezo cuarto de EGB. El profesor, don Enrique Sojo, es un joven izquierdoso que nos hace copiar poemas de Antonio Machado.

lunes, 28 de septiembre de 2009

FRASE RECURRENTE

Siempre que vienen los días perros me acuerdo de la frase que una vez me dijo un amigo recordando los tiempos en que se quedó sin mujer, sin casa y sin trabajo, todo de golpe y sin previo aviso: estaba tan jodido, decía, que si alguien me hubiera dicho hijo de puta por la calle yo habría agachado la cabeza.

martes, 22 de septiembre de 2009

AUTOBIOGRAFÍA ABREVIADA. INFANCIA (II)

1974: Escribo e ilustro un relato cuya primera frase dice: en París había terror porque Drácula mataba. Acabo párvulos, entrega de diplomas en el salón de actos, empiezo primero de EGB. Debo de ser un alumno realmente ejemplar, porque don César, el profesor, me sienta al lado de su hijo para que el muchacho tenga la mejor compañía posible. En clase nos llamamos por el número de lista. El cinco, el veintitrés. En el recreo todos los niños llevamos pistola. Jugamos a matarnos una y otra vez y hay días en que muero hasta quince veces. Un día se me olvida en casa el revólver y me camelo al tonto del cuarentaidós para que me preste su luger, prometiéndole que al día siguiente le dejaré mi revólver cargado con balas de verdad. Llega la hora de cumplir mi promesa, el tonto del cuarentaidós se me acerca y me pide el revólver y yo me hago el loco como si no supiera de qué me habla y sigo pegando tiros. El cuarentaidós se me queda mirando en silencio y con el corazón roto. No se ha traído la luger. Confiaba en mi palabra. De modo que puedo engañar y burlarme de los débiles como cualquier hijo de puta, me digo. De modo que puedo hacer el mal y quedarme tan ancho. Lección aprendida. Aprendida para siempre.

1975: Cambio de aires. De las tinieblas de La Salle al sol de Los Calasancios. De la calle San Luis a Montequinto. De los curas a las monjas. Colegio mixto, además. Las niñas, esas criaturas extrañas y sabias y extremadamente interesantes. Rápidamente me echo novia, la Débora. En el largo recreo de la tarde nos paseamos, la Débora y yo, cogidos por la cintura. Un día que estoy saltando a la comba con dos niñas, se me acerca una monja y me reprende. Los niños con los niños, las niñas con las niñas. Obedezco y me busco amistades masculinas. Mi amigo Eduardo me cuenta historias fantásticas que yo tomo por verdaderas. Leo Mortadelo y Filemón. Leo Maese Pérez el organista en una revista del colegio. La muerte de Franco me pilla en cama con paperas. Cuando vuelvo al colegio, leo el testamento político de Franco en el cartel que han colocado a la entrada del edificio principal. La rica multiplicidad de nuestras regiones y todo eso. Juego al escritor: en el lavadero de la casa de la calle Atienza coloco una silla y una mesa y sobre la mesa un montón de cuartillas en las que trato de escribir una novela rusa. En un rincón del lavadero, sobre un viejo colchón, duerme mi mujer (la fregona). Debo acabar la novela, cobrar un anticipo de la editorial y comprar medicinas para mi mujer. Vivimos en la peor de las miserias, pero no me importa. Yo escribo, escribo.

sábado, 12 de septiembre de 2009

AUTOBIOGRAFÍA ABREVIADA. INFANCIA

1968: Nazco o me nacen. Me bautizan en la basílica del Gran Poder. Yo me dejo hacer. Mis padres son unos críos de veintipocos años y yo no las tengo todas conmigo.

1969: Largas conversaciones telefónicas con mi tía Carmela.

1970: Me llevan a Gibraleón. Nada más llegar al pueblo, me pego un batacazo y me abro una brecha en la frente cuya cicatriz aún me duele si la presiono con los dedos. Mi padre cuenta con orgullo que no derramé una sola lágrima mientras el practicante o veterinario del pueblo me cosía la herida. Nace mi hermano y yo intento asesinarlo en un descuido de mi madre cubriéndolo con polvos de talco. Mi único amigo: el galápago milenario que vive en los arriates. Le recomiendo a la prima Loli, la más fea del pueblo, que se compre un novio en El Corte Inglés. Yo me echo mi primera novia, la Cinti. Canto el Achilipú y todos se parten con mis gracias. Una noche de verano, sentado en el suelo del patio, descubro que tengo los pies feísimos, pero no se lo digo a nadie. Me hacen cantar una y otra vez el Achilipú. Achilipú, apú, apú...

1971: Otra vez en Sevilla. Yo me dejo hacer. Ya se verá en qué acaba el asunto. Juego con un seiscientos en miniatura igualito al que tiene mi abuelo. Mi tía Carmela me regala un coche a pedales con capota y todo. Conduzco mi flamante coche por el patio del almacén de mi abuelo mientras la lluvia cae sobre la capota. Plot, plot, plot. A todo esto me llevan al Espíritu Santo, mi primer colegio, y yo lloro y me dejo hacer. La clase es oscurísima, no se ve nada. Los niños recitamos a coro: por los siglos de los siglos, amén. Sobrecogedor. En el patio del colegio una monja vende chicles Bazooka duros como piedras. Viene a recogerme mi tío Rafael y yo me abrazo a sus piernas como un náufrago se abrazaría a una tabla. A los pocos días me sacan del colegio. Una vez liberado, me dedico a jugar con los perros de mi abuelo. A la Tula casi la dejo ciega echándole un puñado de tierra en los ojos, el animalito.

1972: A San Cayetano, y esta vez parece que va en serio. Yo me dejo hacer. La clase huele a goma de borrar y a viruta de lápices y a vómito de niño chico. Sor Bibiana me enseña el padrenuestro. Un niño logra aterrorizarme diciéndome que su padre es un romano que va a matar a mis padres y a toda mi familia con su espada, el muy hijo de puta. Otro niño que huele a huevos cocidos me dice que se llama Israel. En el comedor del colegio, después de tomarme la sopa, dibujo con el dedo en el fondo del plato el número 5. Viene un negro y nos hace una película con un tomavistas. Días después nos sientan a todos los niños en el patio y nos pasan la película: mi hermano con la cara llena de chocolate mirando fíjamente y como alucinado a la cámara.

1973: Colegio La Salle de la calle San Luis. Don Fernando, que me trata de usted y entra en trance cada vez que habla a sus alumnos de la imagen de la Virgen de los Reyes que llevaba San Fernando en la silla de montar, el cuadro de honor, la foto de Franco presidiendo la clase, el hermano Secundino golpeándome en la cabeza con una llave o tirándome de las patillas sin que yo le dé motivo alguno, por pura maldad lasaliana, las ortigas que crecen en las grietas de los muros del patio de recreo, el olor a zotal de los urinarios, el cura que vigila en el comedor y me obliga a comer con cuchillo y tenedor el trozo de queso que mi madre me ha puesto en la fiambrera, la cancela del zaguán, los pupitres, el silencio de la clase, el horror, el horror. Cada mañana vomito el café con leche que me da mi madre para desayunar, así que mi madre deja de darme café y empieza a darme zumo de naranja con azúcar. El miedo me hace ser el alumno más aplicado que quepa imaginar. Saco 10 en todo. Sólo una vez me llevo un palmetazo en la mano por equivocarme en una suma. No volverá a pasar. Los cuadernillos Rubio y el bloc de dibujo Platero. El olor que exhalan las páginas de El Parvulito. Cada día debo recitar de memoria la lección de El Parvulito. El profesor me llama por mi apellido, salgo a la pizarra, me pongo de pie sobre una loseta de color más oscuro (y ¡ay del que se salga de la loseta!) y suelto de un tirón: Dios es nuestro padre celestial, que premia a los buenos y castiga a los malos, etc. Disciplina. Flores a María. Sotanas. Soy el número uno de la clase. En el recreo juego a los esquiadores. Los niños corremos en zigzag y movemos los brazos como si lleváramos bastones de esquí. Es deprimente. Don Fernando trae un magnetófono y nos pone villancicos que suenan tristísimos. Pampanitos verdes, hojas de limón... Hubiera preferido no tener que oír esos villancicos. No me gustan las digresiones. Prefiero el ordenado discurrir de las cosas, la disciplina, el terror cotidiano y comprensible.

sábado, 5 de septiembre de 2009

INICIACIÓN A LA LITERATURA SURREALISTA

Yo tenía veinte años y en alguna parte había leído que la cosa empezó con Lautréamont, aunque Lautréamont se murió el pobrecito mucho antes de que Breton y los demás surrealistas lo divinizaran. Así que hice mis deberes y me leí de cabo a rabo Los cantos de Maldoror, y bueno... bien... La foto del tal Lautréamont estuvo pegada con cinta adhesiva en la pared de mi cuarto durante años, junto a las de Paul Keres y Capablanca de chico jugando al ajedrez con su padre. Después vino Nadia, de André Breton, que me gustó a ratos. No llegué a enamorarme de la muchacha, aunque le puse empeño, y el narcisismo de Breton me fastidiaba. De Breton leí también Antología del humor negro y Pez soluble y cómo no, los famosos manifiestos surrealistas. Nada del otro mundo, en mi opinión. Leí también una novela de Aragon, Aniceto o el panorama, que me pareció malísima. Para quitarme el mal sabor de boca que me habían dejado las andanzas del tal Aniceto, quise leer El campesino de París, pero los libreros sevillanos me decían que ese libro no existía o bien que no estaba traducido al español. Puras mentiras. Años después me lo prestó un amigo, el libro, pero ya se me había pasado la fiebre del surrealismo y el libro no me hizo el menor efecto. Ni siquiera pude acabarlo. En la feria del libro antiguo de no recuerdo qué año me compré por cuatro perras las Escrituras de Max Ernst. Me gustó mucho la historia del hombre que perdió su esqueleto. También compré en la feria un ensayo sobre el surrealismo en España, de Aranda, y aprendí un montón de cosas que ya se me han olvidado. Lo mejor fue, sin dudarlo, La vida secreta de Salvador Dalí, obra maestra de la literatura que demuestra dos cosas: a) que el surrealismo es cosa de españoles, no de franceses sabihondos, y b) que Dalí era mejor escritor que pintor, lo que ya había advertido en su momento el padre del propio Dalí. También me interesé por Dada, leí el Almanaque Dada y aprendí a hacer poemas aleatorios. Hice algunos poemas aleatorios, pero he debido de perderlos en alguna mudanza. Tanto mejor, porque sospecho que eran muy malos. Recuerdo que leí algo de Ionescu, La cantante calva, tal vez, pero no estoy seguro de que Ionescu fuera surrealista, aunque le andaba cerca. Mi mayor proeza en aquellos años consistió en leerme el teatro completo de Arrabal, que también anduvo cerca del surrealismo sin ser propiamente surrealista. Magnífico El arquitecto y el emperador de Asiria. Grande Arrabal.
Escribo de memoria. Si le echara un vistazo a mis libros estoy seguro de que encontraría alguna cosa más. La biografía de Duchamp. Poemas de Breton. Los caligramas de Apollinaire. Sí, hay más. Seguro.
El surrealismo se pasa con los años, como tantas otras cosas hermosas.


sábado, 15 de agosto de 2009

FERRAGOSTO EN SEVILLA

Ferragosto. Salgo a la calle. Me he quedado sin tabaco, y sin tabaco la vida no merece la pena de ser vivida. Sin tabaco ni café, como dijo Stendhal, creo, o tal vez fuera Balzac, la vida no merece la pena de ser vivida. Así que salgo a la calle por tabaco y me llevo un susto tremendo cuando veo que El Corte Inglés está cerrado. Claro, es ferragosto, me digo. No hay palabra que dé más calor que la palabra ferragosto. Y hace calor, vaya si lo hace. Apenas se ve un alma en la plaza del Duque. Sólo guiris, pobrecitos, lo que deben de estar pasando, y sudacas en la parada del autobús. Taxis, ni uno. Llego a La Campana y el sol pega de lo lindo. El hombre del vino, como llama mi hijo a un loco veterano del barrio, habría exclamado: ¡veraneo pa los calvos! Los comercios están cerrados a excepción de la confitería de La Campana y del kiosco que se conoce como el kiosco de Curro, uno que se las daba de gracioso y de bético, donde me compro un paquete de winston porque el luckies últimamente me ha dado en cara. Luego busco al cuponero que suele ponerse junto a las mesas de La Campana, pero el cuponero ha desaparecido. Me quedé sin los nueve millones. Otra vez será, muchacho. En La Campana sólo hay guiris medio desmayados en las sillas de la terraza, bebiendo cerveza caliente y cocacola caliente, en silencio, con las caras coloradas y los ojos suplicantes. ¿Quién los convence de que lo más sensato sería quedarse en el hotel debajo del chorro de aire acondicionado? ¿Nadie les advirtió en la agencia de viajes de que a Sevilla no hay que venir en verano?
Si yo tuviera lo que hay que tener, ahora mismo cogía el Polo y me lanzaba a conducir por las calles desiertas de Sevilla con Domenico Modugno en el radiocasete. Pero me falta voluntad. Y estilo. Así que regreso a casa, qué fresquito está el salón, qué tranquilo está el niño, qué hacendosa mi mujer en la cocina, y escribo esto que ahora me leo.
Ah, se me olvidaba decir que tampoco este año he visto la virgen de los Reyes.

martes, 11 de agosto de 2009

CANSA, PERO NO ABURRE

Acabado La Calera. Ahora toca 2666 de Bolaño, que es tocho gordo y jugoso.
Leer a Bernhard cansa, no porque sea difícil, ya dije que no lo es, sino porque el lector no encuentra en el texto asideros ni espacios en blanco ni zonas de esparcimiento ni puntos y aparte ni áreas de descanso ni capítulos numerados ni bancos en los que sentarse un rato a echarle pan a los pajaritos ni nada de lo que comúnmente suele ponerse en una novela para que al lector se le haga menos fatigoso (y más reconocible) el camino. Cansa, pues, Bernhard. Pero de ningún modo aburre.

lunes, 10 de agosto de 2009

MÉTODO

Leo La Calera (ya voy por la página 151). Cada diez segundos, más o menos, mi hijo me obliga a interrumpir la lectura, pues no soporta que su padre lea habiendo tantas cosas perentorias por hacer -armar la catapulta, levantar una muralla con bloques de madera, instruir a los romanos en el manejo de la espada. De este modo puedo sentir en mis propias carnes algo parecido a lo que debía de sentir Konrad cuando alguien lo interrumpía cada vez que se disponía a redactar su famoso estudio. No sabría decir cuánto se enriquece la lectura de La Calera con este método. Gracias, hijo mío.

viernes, 7 de agosto de 2009

SOLUCIÓN DEL ENIGMA

En realidad no es una lectura difícil, le dijo al parecer Konrad al Hombre que vio a la Pantera, ahora puedo decir que no es una lectura difícil, no es difícil en absoluto. Estaba asombrado, él, Konrad, de que durante decenios hubiera visto dificultades donde en realidad no había la menor dificultad. Pero yo estaba equivocado, dijo Konrad, completamente equivocado. Desde el principio él había encarado el texto de La Calera como si se tratara de un desafío a la inteligencia, dijo al parecer, como si el autor se hubiera propuesto medir su inteligencia con la de sus lectores, pero no es un desafío, no es un reto, no es un combate entre dos inteligencias, la del escritor y la de quien lo lee, no es nada de eso, decía al parecer Konrad. El error está en ver una escarpada montaña donde solo hay un llano y rectilíneo camino, un camino desbrozado, asfaltado y recto, o mejor aún, le dijo al parecer Konrad al Hombre que vio a la Pantera mientras lo arropaba y le colocaba una almohada debajo de la cabeza, un tren al que se nos invita a subir sin exigírsenos nada, nadie nos exige nada, entiéndalo bien, no se nos pide que decidamos la ruta pues la ruta está decidida de antemano, no se nos pide que interpretemos la ruta pues la ruta ya ha sido interpretada de antemano, por eso, dijo al parecer Konrad, ahora me sonrío y me digo que fui un estúpido cuando pensé que La Calera era una lectura difícil. No hay dificultad alguna, créame, basta con dejarse llevar y dejar que el paisaje penetre por nuestros ojos y la música penetre por nuestros oídos. Porque sólo hay paisaje y música, dijo al parecer Konrad, la idea de que La Calera es una especie de pugna entre su autor y el lector ocasional es mezquina, es de una mezquindad nauseabunda. Solo hay paisaje y música, paisaje para nuestros ojos y música para nuestros oídos, nada más, dijo Konrad, un niño podría leer sin la menor dificultad el texto. Los niños jamás ven las dificultades que pueda conllevar cualquier empresa, por eso, cuando no hay dificultades, como ocurre con La Calera, tampoco inventan dificultades. Él, Konrad, había inventado dificultades donde únicamente había un camino desbrozado, asfaltado y recto, y paisaje y música. Y humor, añadió al parecer Konrad después de una pausa. Eso era al parecer lo más importante, lo que nunca había que perder de vista, dijo El Hombre que vio a la Pantera que le había dicho Konrad. ¡El humor de La Calera!, exclamó al parecer varias veces Konrad dándose palmadas en los muslos, ¡el humor!, ¡el humor! Cuando uno advertía que La Calera no era sino una monumental humorada, la venda se caía de los ojos y la cera se caía de los oídos y ya no encontraba uno la menor dificultad.

jueves, 6 de agosto de 2009

LECTURAS DIFÍCILES

-¿Y La calera? ¿Cómo va La calera?
-Ahí vamos, empujando.

miércoles, 5 de agosto de 2009

MIRBEAU / BUÑUEL / ARNICHES / ARLT

Lectura de esta tarde: Memoria de Georges el amargado de Octave Mirbeau. El título de la novela hace pensar inevitablemente en Don Quintín el amargao, película de 1935 producida por Luis Buñuel. Recordé que Mirbeau era uno de los escritores favoritos de don Luis, quien adaptó al cine la novela Diario de una camarera. ¿Es el castizo Don Quintín un trasunto de Georges? No. Error. La película se basa en una sainete de Carlos Arniches. Google no nos permite ser ignorantes.
Se me ocurre que Arniches es el Roberto Arlt madrileño. O Arlt el Carlos Arniches porteño, según se mire la cosa por una punta u otra. Es una intuición, ni siquiera una hipótesis. Atisbo ciertas semejanzas: el uso del lenguaje popular -el lunfardo de Buenos Aires y el habla castiza de los chulos madrileños-, la creación de tipos complejos, que se debaten entre lo grotesco y lo dramático -Erdosain, don Quintín-, el gusto por los bajos fondos. Arlt y Arniches comparten, además, el casi unánime reproche de la crítica por su supuesto desconocimiento de la gramática.
Reconozco que mi atrevimiento es grande, pues apenas conozco la obra de Arlt (lo que no me impide considerarlo como uno de los grandes, aunque sólo sea por lo que de él dice Onetti en su magnífico prólogo a El juguete rabioso) y desconozco por completo la obra de Arniches. Aunque, ahora que lo pienso, es posible que de niño leyera La señorita de Trevelez en la colección RTV. Posible, aunque improbable. Tal vez invento recuerdos.

sábado, 1 de agosto de 2009

TARKOSVKI

Duele el cuello de tanto mirar hacia atrás. Trata uno de agarrarse a lo que alguna vez fue y ya no es para hurtarle el cuerpo a la pelona, pero a esa no se le escapa ni el más vivo. Cuanto más viejo se es, más miedo da vivir, qué vergüenza. Y sólo cuarenta y uno.
Por suerte llega a mi casa Tarkovski, que supo hacerse inmortal a golpes de genio puro, y me hace ver que aún soy capaz de entusiasmarme como un chiquillo; basta con darme el alimento adecuado. Ahí están Solaris y El espejo para demostrármelo, para engordarme (me estaba quedando en los huesos); ahí, todavía dentro de la caja, La infancia de Iván y Andrei Rublev. Hice bien reservándome a Tarkowski, aun sin proponérmelo, para estos años malos en los que uno no sabe bien lo que es, joven o no joven, padre o hijo, cosa hecha o cosa haciéndose o cosa por hacer.
Viene a cuento citar al propio Tarkovski: "Se suele decir que el tiempo es irrecuperable. Esto es cierto en cuanto que, como se dice, no es posible desandar lo andado, recuperar el pasado. Pero, ¿qué significa "pasado", cuando para toda persona lo pasado encierra la realidad imperecedera de lo presente, de todo momento que pasa? En cierto sentido, lo pasado es mucho más real, o al menos más estable y duradero que lo presente. Lo presente se nos escapa y desaparece, como el agua entre las manos. Su peso material no lo adquiere sino en el recuerdo".
Con esto, y 1.400 doblones en el banco, he empezado mis vacaciones.



jueves, 30 de julio de 2009

DESENGAÑO

El verano no es Vittorio Gassman conduciendo a todo gas su Lancia Aurelia por las calles desiertas de Roma, sino la enorme cucaracha que ayer aplasté de un zapatazo en el corredor de mi casa.

jueves, 23 de julio de 2009

MATEMÁTICAS

De golpe caigo en la cuenta de que todavía no he aprobado las matemáticas, y eso que llevo años ejerciendo mi profesión como si tal cosa. Sé que en alguna parte hay una placa de metal que lleva mi nombre, que me he puesto la toga de abogado muchas veces, pero nada de eso me tranquiliza, antes al contrario: me angustio y me digo que he debido de cometer algún fraude del que pronto tendré que rendir cuentas ante la justicia. Entonces el pánico, las prisas, matricularme —¡qué remedio!— y asistir a clase junto a compañeros desconocidos y silenciosamente hostiles que se niegan a pasarme sus apuntes y me relegan a una solitaria banca al fondo del aula convenientemente enorme y tétrica; tomar apuntes en unos folios amarillentos que he encontrado en el cajón de mi pupitre entre bolígrafos mordisqueados, renegridos trozos de goma de borrar y los restos fosilizados de un bocadillo de salchichón; comprobar con horror que me tiembla el pulso y no puedo seguir al profesor que habla vertiginosamente de cosas incomprensibles (las palabras binomio, integrales, álgebra me saltan a la cara como tigres dispuestos a devorarme). De mi mano sale una caligrafía lenta e infantil, temblorosa, insegura. Al cabo de un rato desisto de seguir tomando apuntes; total, no entiendo nada de lo que, con gran aparato de diagramas y fórmulas que van ocupando rápidamente la superficie de la pizarra, explica el profesor, un viejo casi enano y mal vestido con cara de tener muy mala leche. Levanto la vista de mis folios garabateados y miro a mi alrededor los rostros infinitamente aplicados de mis condiscípulos, quienes asienten gravemente con la cabeza como si entendieran sin el menor esfuerzo todo ese galimatías de ecuaciones y principios matemáticos, a la par que toman apuntes a toda velocidad. Como un tonto desamparado dejo que mi mirada vague de un rostro a otro y a otro, hasta arribar sin yo pretenderlo en el rostro tieso y avinagrado del profesor que abruptamente se calla y clava su mirada homicida en mis pobres ojos asustados, tira la tiza sobre la mesa y comienza a avanzar hacia mí, caminando con malvada lentitud entre las filas de alumnos. Finalmente llega hasta mi mesa, la más apartada de todas, y se planta frente a mí a un palmo de mi nariz, obligándome a respirar el tufo a tabaco y sudor que exhala su traje odiosamente marrón. Mi cabeza se dobla dolorosamente hacia atrás para poder ver ese rostro apretado y ofendido hasta el alma. Durante unos segundos permanecemos así, el profesor parado frente a mí y yo mirándolo en una postura incomodísima, humillante. Hay un silencio de muerte, súbitamente el profesor agarra de un manotazo el papel que tengo sobre mi mesa, lo levanta y lo exhibe ante toda la clase como si fuera la cosa más ridícula del mundo, mis absurdos apuntes, para que los demás alumnos lo vean y rompan a reír a carcajadas entre convulsiones y gestos obscenos que el profesor inexplicablemente tolera y hasta promueve. Es entonces, en mitad de tanto escándalo y tanto escarnio, cuando me cruza la mente una visión de mi despacho, veo mi título de licenciado colgando triunfal de una de las paredes, veo la firma del rector, mi propia firma, los sellos oficiales, los timbres, y de repente todo está claro, perfectamente claro, siento un alivio tremendo y poco me importan ya las risas estúpidas de esos niñatos, la sonrisita burlona del maestro, pobre viejo. Mi título (legítimo, inatacable) me hace invulnerable. Levantándome como un rayo de la banca, echo a correr en calzoncillos hacia mi cama, sobre la que despierto.

martes, 21 de julio de 2009

LA CALERA

He leído poco más de cincuenta páginas de La calera, lo suficiente para darme cuenta de que Thomas Bernhard es un escritor excepcional y de que estoy ante una verdadera obra maestra. Al mismo tiempo, sé que no me va a ser fácil concluir la lectura de esta novela. Las posibles razones: a) mi cabeza no estará para fiestas hasta que no tenga un poco de calma interior (exteriormente, al parecer, siempre estoy calmado), y la fiesta que nos propone La calera exige del lector una especial atención y una cierta predisposición a asimilar nuevas formas (nuevas para mí, se entiende); b) no quiero hacer una lectura superficial e irresponsable (como lector uno tiene sus obligaciones, qué duda cabe) de La calera: podría dañar sin remedio la inmejorable impresión que me ha causado lo que hasta ahora llevo leído; c) quiero estar, como lector y en la medida en que me sea posible, a la altura de la obra.


Debo, pues, esperar. Por otra parte, no hay de qué preocuparse. Sé que el libro se me abrirá cuando llegue el momento idóneo. Y el momento llegará, porque siempre ha llegado.

lunes, 20 de julio de 2009

TESORO OCULTO

Carlos G nos muestra por primera vez una colección de dibujos y acuarelas que perteneció a su tío el pintor Antonio Adelardo; lo mejor, un boceto del cuadro que durante años estuvo colgado en la sala de espera de la consulta de su padre y hoy preside el salón de su casa (véase la fotografía que ilustra esta entrada), un dibujo original del humorista Tono, otro dibujo a tinta de Escassi y una extraordinaria acuarela en la que dos cirujanos disecan el cadáver de un conejo blanco, firmada por un tal Romero. Ante la visión de tales maravillas, Carlos L y yo le reprochamos a nuestro amigo que no nos las haya enseñado en tantos años. Carlos G se encoge de hombros. Él es así. Posee tesoros con la envidiable naturalidad de quien ha tenido trato con ellos desde la infancia.

miércoles, 15 de julio de 2009

FAULKNER

Después de leer a Faulkner, cualquier otra prosa que no sea la suya nos sabe a achicoria. Esto nos pasa a todos los lectores de Faulkner, bienaventurados seamos, incluidos Onetti ("Todos coinciden en que mi obra no es más que un largo, empecinado, a veces inexplicable plagio de Faulkner. Tal vez el amor se parezca a esto.") y Benet, como es sabido. ¿Qué leer después de ¡Absalón, Absalón! o Las palmeras salvajes? Me temo que nada o poca cosa. Uno se vuelve un lector demasiado sabio, demasiado exigente después de sumergirse en las aguas del río Faulkner.


Hay una frase de Las palmeras salvajes que me apetece releer ahora. Algo sobre el dinero, sobre la relación que algunas personas tenemos con el dinero. Voy a por el libro, busco la frase, tardo en encontrarla menos tiempo del que pensaba, hela aquí: "Porque estoy aún y probablemente lo estaré siempre, en la pubertad del dinero". Exactamente ahí estamos y estaremos siempre, mi querido William, en la pubertad del dinero. No se puede decir mejor.

viernes, 10 de julio de 2009

ASESINATO, SUMARIO

Las palabras asesinato y sumario, escritas por el fiscal de su puño y letra en el informe cuya fotocopia tengo sobre mi mesa y subrayadas en rojo por mi mano. Si el abogado de la acusación particular (yo) ha quedado impresionado por la sola lectura de estas dos palabras, me pregunto qué sentirá la imputada cuando sepa que va a ser procesada por asesinato, aunque sólo sea en grado de tentativa. Esto último, por suerte para mi amigo A, dicho sea de paso.

martes, 7 de julio de 2009

CHI NON LAVORA...

Lo veo venir: voy a pasarme el verano viendo películas de Vittorio Gassman y tarareando canciones de Celentano, soñando que conduzco como loco por las calles desiertas de Roma el Lancia Aurelia de Bruno Cortona y soñándome Bruno Cortona en Il sorpasso, esperando a que llegue el día de la Virgen de los Reyes para decirle al primero que quiera escucharme que estamos en ferragosto, repiténdome aquello de chi non lavora non fa l'amore, que traducido a lo bestia viene a decir "el que no curra no folla", comiendo pizza y lasaña, bebiendo chianti, seduciendo a las criaditas de espesas cejas negras y gruesos muslos blancos, diciéndome, sentado en una terraza de la plaza de Los Terceros o del barrio del Trastevere con Carlos G o Alberto Sordi, que este calor sevillano es también calor romano, recordando a Silvio, que a ratos también quiso ser Adriano Celentano o Domenico Modugno y nunca, que yo sepa, cantó en el festival de San Remo, uniéndome a la pandilla de los vitelloni para salir de farra por las noches y ser tan vacuo y adorable como cualquiera de ellos, cantando a pleno pulmón La ragazza del elevatore en la ducha, haciendo el macarra en toda ocasión que se me presente, ese macarra que vive en mí y que no sabe qué hacer con este muchacho modosito y responsable que aquí reconoce que no da el tipo, pero que una vez más se concede el derecho a soñar. Pregherooo...

jueves, 2 de julio de 2009

MONTERROSO

Augusto Monterroso escribió algo que yo podría suscribir con pocas modificaciones o ninguna. Dice así: "Apenas ahora empiezo a darme cuenta de que mi vida se ha deslizado entre fuerzas absurdas que no puedo dominar, a saber: el miedo infantil a los adultos; la indecisión cuando la decisión no importa; la duda cuando la certeza da lo mismo; el temor a ver lastimada mi vanidad, que huye siempre bajo un disfraz de indiferencia; el falso entusiasmo ante obras ajenas mediocres, dictado por el deseo de agradar y de ser perdonado por algo que todavía tengo que averiguar qué es".



lunes, 29 de junio de 2009

MI TÍO RAFAEL

Cuando tomó conciencia de que sus hermanos lo habían estafado, se compró una pistola (no me dijo dónde ni cómo) y después se bebió de un tirón una botella de aguardiente para infundirse valor -él, que apenas probaba el alcohol y que fue un tímido durante toda su vida. Borracho perdido, dando traspiés y maldiciendo a su propia sangre, anduvo sin rumbo por calles y arrabales (la pistola en el bolsillo de la chaqueta de hilo, golpeándole el costado a cada paso) bajo el insoportable sol de julio. A la mañana siguiente despertó tirado entre las matas de tomate de la huerta que había sido de su abuelo y de su padre y ahora era de sus hermanos; la tierra sobre la que, pasados los años de guerra y miseria, se levantaría una populosa barriada. La cabeza le dolía terriblemente y le temblaba todo el cuerpo. No recordaba cómo había llegado hasta allí, y la pistola no aparecía por ninguna parte. No obstante, sabía que no era un fratricida. Se sacudió el polvo que cubría sus ropas y tomó el camino que conducía a casa. Aplazó indefinidamente su venganza; e hizo bien, en mi opinión.
Esta historia me la contó mi tío Rafael pocos meses antes de morir. A mi tío aprendí a quererlo después de muerto, y es una pena que así haya sido, porque creo que él me quería de verdad y yo tal vez no supe corresponderle.

jueves, 25 de junio de 2009

MIS LIBROS

Mis libros se me mueren de humedad y moho y también de falta de cariño. Sacarlos de aquí, del despacho, y llevarlos a casa. Pero entonces, ¿qué hacer con la librería vacía, esta enorme librería que de ninguna manera podría encajar ahora en el salón? Tribulaciones de un lector atribulado.

miércoles, 24 de junio de 2009

PESSOA (II)

Rectifico, rectifico. ¿Por qué no habría de querer yo vivir la vida de Fernando Pessoa? ¿Acaso no fue infinitamente más rica en todos los aspectos, incluidos los puramente mundanos, que la que me ha tocado vivir? ¿Por qué me he dejado engañar con tanta facilidad por la máscara-Bernardo Soares? ¿Por qué he confundido la máscara con el verdadero rostro que hay debajo?
Respuesta: porque Pessoa es un genio de la mascarada.
(Escrito después de hojear el libro de Ángel Crespo Con Fernando Pessoa)

martes, 23 de junio de 2009

PESSOA

Releyendo al azar algunos párrafos de El libro del desasosiego me viene a la cabeza un pensamiento que nada me cuesta poner por escrito: yo no querría vivir una vida como la que vivió Fernando Pessoa (o Bernardo Soares), no querría de ningún modo ser y sentirme Fernando Pessoa. Y sin embargo, ¡qué no daría yo por escribir como Fernando Pessoa! Pero para escribir como Pessoa hay que ser Pessoa, no hay otro método. Y de ningún modo, insisto, querría yo ser Pessoa. Y eso es todo lo que tenía que decir.


"Nos convertimos en esfinges, aunque falsas, hasta el punto de no saber ya quiénes somos. Porque, por lo demás, lo que somos es esfinges falsas y no sabemos lo que realmente somos. El único modo de que estemos de acuerdo con la vida es que estemos en desacuerdo con nosotros. Lo absurdo es lo divino. Establecer teorías, pensadas larga y honestamente, sólo para embestir, después, contra ellas; actuar y justificar nuestras acciones con teorías que las condenan. Trazar un camino y obrar de inmediato de modo tal que, por ese camino, ya no podamos seguir. Gesticular y proceder como alguien que no somos ni aspiramos a ser; como alguien que ni siquiera pretendemos que sea considerado como siendo nosotros. Comprar libros para no leerlos; ir a conciertos para no escuchar la música ni para ver quien allí va; dar largos paseos porque se está harto de caminar e ir a pasar unos días al campo sólo porque el campo nos disgusta."

viernes, 19 de junio de 2009

DESCUBRIRÁ PARA SU FELICIDAD

Descubrirá para su felicidad que nadie está al volante, nadie conduce el camión que se lanza carretera abajo a velocidad vertiginosa, la carretera de tierra rojiza y elemental, el destartalado camión en el que viaja sentado sobre el capó, dichoso y sin esperanza, resuelto a aceptar lo que venga, atravesando el aire caliente.

domingo, 7 de junio de 2009

NO ME ACUERDO (II)

Nueva serie de olvidos:

21. No me acuerdo del sabor del cordero asado que comí en Estambul. Posiblemente, la única vez que he comido cordero asado.
22. No me acuerdo de lo que tengo que comprar en el supermercado. Tampoco me acordé de hacer una lista.
23. No me acuerdo de haber comido langosta o caviar auténtico en mi vida.
24. No me acuerdo del momento en que dejé de ser un aplicado alumno que sacaba sobresaliente en todas las asignaturas, para convertirme en un alumno mediocre e indolente que se conformaba con ir pasando de curso.
25. No me acuerdo de haber escrito en mi vida una sola página que me haya satisfecho por completo, si exceptuamos las redacciones escolares.
26. No me acuerdo de lo que quería ser de mayor.
27. No me acuerdo del número de veces que he dejado de fumar.
28. No me acuerdo del argumento de El escarabajo de oro.
29. No me acuerdo de cómo se metía la marcha atrás del Rover.
30. No me acuerdo de dónde vivía el hermano de Julio. En cualquier caso, un barrio poco recomendable.
31. No me acuerdo del entierro de mi abuela Carmela.
32. No me acuerdo del título de la película, ni del argumento, ni de nada de nada. Pero me acuerdo de que, hacia el final, salía fugazmente un perro con cara de hombre que daba mucho miedo.
33.- No me acuerdo del Credo ni del Yo pecador.
34. No me acuerdo del camino que llevaba de A. a B.
35. No me acuerdo de la estratagema que permite salir de un laberinto por intrincado que sea (aclaro que no se trata del hilo de Teseo).
36. No me acuerdo del precio del paquete de Luckies en el año ochenta y cuatro.
37.- No me acuerdo del número e.
38.- No me acuerdo del mote que le pusimos al 47 en aquella clase en que todos nos llamábamos por el número de lista.
39. No me acuerdo de los nombres de las cinco hijas de Loli Villa (o tal vez sí).
40. No me acuerdo de lo que soñé esta mañana poco antes de que sonara el despertador. (Un camino elevado, tierra blanda, huertos, un enorme edificio de madera que sirvió de reformatorio en el siglo XIX.)

sábado, 6 de junio de 2009

MUJER, NEGRO, JUDÍO, PERRO, ENANO

Hace más de ciento cincuenta años Charles Baudelaire pudo escribir y aun publicar: "Gracias, Dios mío, por no haberme hecho mujer ni negro ni judío ni perro ni enano". Yo añadiría: ni maricón.
Misoginia, racismo, antisemitismo, antropocentrismo y ¿cómo llamar a lo último?, misonosequé... todo ello en una sola frase. ¡Asombrosa capacidad de síntesis!
¿Quién se atrevería a afirmar en nuestros días lo que Baudelaire dijo sin despeinarse hace tantos, tantos años? Con el código penal en la mano (o en la pantalla del ordenador, no quiero faltar a la verdad), el desventurado que en estos tiempos de lo políticamente correcto quisiera imitar a Baudelaire se arriesgaría a ser condenado a la pena de prisión de uno a tres años por cada una de las palabras "mujer", "negro", "judío" y "enano" (art. 510 CP); y si consideramos a las sociedades protectoras de animales como portadoras de una determinada ideología digna de ser tutelada por nuestros sabios tribunales, a lo peor le caían tres añitos más. De nada le valdría al abogado del émulo de Baudelaire invocar el derecho a la libertad de expresión. ¡Todo tiene un límite, caballero!
Además, sus probabilidades de obtener alguna subvención pública o de dar una conferencia en el Instituto de la Mujer (tengo entendido que las pagan bien) menguarían sensiblemente.


Por cierto, no me olvido de que Charles Baudelaire fue procesado y condenado por ofender a la moral pública con la publicación de sus Flores del Mal (algunas imágenes poéticas se consideraron obscenas o blasfemas; desde ese lado hoy Baudelaire no tendría nada que temer, por supuesto). ¡Pero solo le impusieron una multa de trescientos francos, hombre!

lunes, 1 de junio de 2009

33 REVELACIONES

Miguel Infante Bruño es el autor de un breve texto titulado 33 revelaciones. Ahí van tres de las treinta y tres, quizá no las más logradas, aunque sí las que más me llegaron por razones diversas:

"Como el pintor que se dispone a pintar desde algún lugar elevado un paisaje cubierto por la niebla y al cabo de una hora de trabajo, cansado y confundido por una tarea que de repente juzga equivocada, deja a un lado el pincel y la paleta, retrocede unos pasos y contempla el lienzo: comprende entonces que no está pintando el paisaje, sino la niebla que lo cubre.

"Como el niño que en la azotea de su casa, a la hora del crepúsculo, juega solo con una espada de juguete; la blande, y con su hoja inofensiva atraviesa una y otra vez el aire poblado de incorpóreos enemigos: muchos años después el niño, ya adulto, comprende que se ha pasado buena parte de su vida combatiendo fantasmas con espadas de juguete y que ya va siendo hora de pasarse al acero y a la carne.

"Como el lector que busca en los anaqueles de su biblioteca un libro que recuerda haber leído hace años y del que ya no sabría decir el título ni el autor, pues sólo conserva en su memoria algunas frases vagas y rasgos sueltos de personajes secundarios que el tiempo ha desdibujado: después de buscar en vano durante toda la tarde, comprende que el libro añorado no existe; no existió jamás, jamás ha podido leerlo."

domingo, 31 de mayo de 2009

EL TOPO

Al comienzo de la película El topo, Alejandro Jodorowsky le dice a su hijo:
-Hijo mío, hoy cumples siete años. Ya eres un hombre. Entierra tu primer juguete y el retrato de tu madre.
Y más adelante:
-¡Destrúyeme! No dependas de nadie.

Pocas palabras, alta pedagogía. Uno no puede sino asentir en silencio, maravillado, cómplice, aunque ligeramente incómodo.

viernes, 29 de mayo de 2009

NO ME ACUERDO

A la manera (o mejor dicho, a la contramanera) de Georges Perec, he escrito algunos "no me acuerdo":

1. No me acuerdo de la cara de mi abuelo materno.
2. No me acuerdo de la tabla periódica, ni de la clasificación de Carl von Linneo, ni de cómo diablos me las apañé para aprobar derecho del trabajo sin abrir el libro una sola vez.
3. No me acuerdo de mi último día de clase en la facultad de derecho ni de mi primer día de clase en el instituto de criminología.
4. No me acuerdo de los nombres de la mayoría de los actores y actrices de cine, sean buenos, malos o regulares.
5. No me acuerdo de la cara de mi primer maestro, ni de la cara de la monja que me daba clases en segundo de EGB y que me tenía prohibido jugar con las niñas.
6. No me acuerdo de cómo me fui enredando en eso de hacerme abogado.
7. No me acuerdo de la primera vez que dejé de telefonear a casa para decir que llegaría tarde, aceptando de antemano el seguro ataque de histeria de mi madre y los no menos seguros bofetones de mi padre.
8. No me acuerdo de la primera vez que dormí fuera de casa.
9. No me acuerdo de quién me enseñó las reglas del ajedrez, pero la tradición, el psicoanálisis y la estadística coinciden en señalar a mi padre como el principal sospechoso.
10. No me acuerdo de quién fue primero, Flipper o Tula.
11. No me acuerdo del título de aquella novela que leí en mi infancia cuyo personaje más atractivo, al menos para mí, era el de aquel viejo medio loco que vivía encerrado en un torreón dedicado al estudio obsesivo de la (insignificante) historia local.
12. No me acuerdo de dónde me viene la manía de contar las palabras por línea y las líneas por página de todo libro que cae en mis manos.
13. No me acuerdo de las razones (o sinrazones) que me llevaron a dejar de hablarle a mi amigo A.
14. No me acuerdo de lo que hice el 13 de julio de 1976, ni de lo que hice o dejé de hacer el 24 de febrero de 1989, ni de lo que hice o me hicieron el 11 de abril de 1991.
15. No me acuerdo de adónde fue a parar el escritorio de mi abuelo.
16. No me acuerdo de lo que almorcé ayer.
17. No me acuerdo del número de mi cuenta corriente.
18. No me acuerdo de cómo nos la arreglábamos para sobrevivir sin teléfonos móviles ni aire acondicionado ni tarjetas de crédito. Pero nos las arreglábamos.
19. No me acuerdo de la efigie que aparecía en los últimos billetes de mil pesetas.
20. No me acuerdo del nombre del colegio al que me apuntaron mis padres cuando tenía siete años y en el que por fortuna sólo estuve un curso. En cambio, recuerdo perfectamente que el autobús que cada mañana nos recogía a mi hermano y a mí para llevarnos al colegio se llamaba “ruta 10”.

martes, 12 de mayo de 2009

PULP / MANHATTAN TRANSFER

Hará cosa de un mes leí Pulp, de Bukowski, una magistral parodia de las novelas de detectives. Manhattan transfer se me ha atragantado, quizá porque mientras la leo no puedo quitarme de la cabeza la extraña idea de que todos los personajes que aparecen en la novela están muertos, son muertos que deambulan por la Nueva York de principios de siglo pasado. Así que cuando habla, pongamos por caso, el abogado, es un abogado muerto el que habla, cuando habla la actriz es una actriz muerta la que habla. Nunca me había pasado antes algo así. La lectura en estas condiciones puede resultar muy fastidiosa.

viernes, 3 de abril de 2009

TABAQUISMO (II)

Tan pronto como me recupero un poco de mi faringitis, de mi afonía, me llevo un cigarrillo a la boca. Mi abstinencia (forzada, aclaro que en ningún momento me he propuesto dejar de fumar) ha durado poco más de 48 horas.
Ahora, unas fotografías del almuerzo en casa de Carlos García:

TABAQUISMO

Llevo dos días sin fumar. Estoy nervioso, aunque no mucho. De momento no me subo por las paredes ni estoy de mal humor ni le doy voces a los que me rodean. De momento puedo seguir. No he dejado de fumar así porque sí, sino a causa de una faringitis que me tiene medio afónico. La pregunta es: cuando desaparezca la faringitis, ¿volveré al cigarrillo?

miércoles, 1 de abril de 2009

CUMPLEAÑOS

Transcurrió el día de mi cumpleaños. Celebración. Entiendo que a cierta edad ya no hay nada que celebrar, pero un cumpleaños es siempre una excusa para recibir y aun exigir (suavemente, claro está, con zalamerías) regalos. Al día siguiente, sábado 28, nos reunimos a almorzar en mi casa los de siempre. Confesiones inesperadas de alguien cuyo nombre no debo revelar aquí y que hacen bueno el adagio in vino veritas.

jueves, 19 de marzo de 2009

HABLAMOS DE ESTO Y AQUELLO


La conversación empieza en la barra del Rinconcillo, zona de fumadores. Enrique habla del libro que acaba de leer sobre la expedición de Shackleton, un tipo duro y cabezón que acabó encajonando al Endurance entre toneladas de hielo antártico, como puede verse en la fotografía que he tomado prestada sin permiso de quien quiera que sea su propietario para ilustrar lo que aquí me cuento. Luego hablé yo, cité a Conrad (obvio), y por hablar de mis lecturas del momento, hablé de las novelas Manhattan Transfer (Enrique no la ha leído, yo he empezado a leerla) y Los detectives salvajes (Enrique sí la ha leído, le gustó mucho, pero me recomienda que no lea 2666). Luego, en el bar de la plaza de San Juan de la Palma, dejamos a un lado los libros y hablamos de cómo van los negocios (mal), de nuestros hijos, de lo mucho que nos gustan y nos van a seguir gustando las mujeres, de viejas tabernas que aún sobreviven aunque no se sabe por cuánto tiempo (el Vizcaíno, la bodeguita San José), de fotografía ("hay que buscar la imperfección con una máquina perfecta", sostiene Enrique; yo hablo de mi vieja zenit, con aquella cámara imperfecta uno tenía que pensar antes de disparar y los resultados no eran peores que los que ahora obtengo con mi moderna camarita digital, a la que por cierto le tengo tanto cariño como al venerable artefacto soviético); hablamos de esto y de aquello, imposible acordarme de todo. Sé que acabamos la noche en el Dueñas (Rafa y no recuerdo quién jugaban blitz en una de las mesas, pero yo resistí la tentación de abandonar a Enrique a su suerte y acercarme a echar un vistazo al tablero y tal vez jugar una partidita), donde hablamos de la factura, esa factura que... bueno, aquí me callo y termino, no sea que algún inspector de hacienda lea lo que no debe y saque conclusiones precipitadas.

miércoles, 18 de marzo de 2009

DE BOLAÑO A DOS PASSOS

Acabo de leer Los detectives salvajes de Roberto Bolaño y empiezo Manhattan Transfer de Dos Passos. Como si una cosa llevara a la otra.

martes, 17 de marzo de 2009

CÍRCULO VICIOSO

Salgo a la calle con un pensamiento: no tengo talento para elegir. A este primer pensamiento le sigue un segundo: si acaso, he nacido para ser elegido. Respecto a las relaciones personales, lo suyo sería elegir a quien quiero que me elija y luego dejar que la naturaleza siga su curso. Cosa por lo demás imposible, pues, como ya he dicho, no tengo talento para elegir. Un círculo vicioso. No sé si me explico.

SUEÑO

El alcohol me hace soñar sueños extraordinarios: una habitación en penumbra, techo alto, paredes sucias y desnudas, en el centro de la habitación un sofá en el que estoy sentado con unos desconocidos. Nos cubrimos las piernas con una especie de red de pescador blanca que tratamos de remendar en absoluto silencio. De repente entran en la habitación tres mujeres vestidas de negro, llevan togas negras con unos cuellos de encaje excesivamente grandes y aparatosos, como los que usaría una vampiresa de novela gótica. Me fijo en las caras de mis acompañantes: lúgubres y reconcentradas, color grisáceo como si estuvieran cubiertas de ceniza. Las mujeres deambulan por la habitación con ridícula solemnidad, mientras nosotros, los remendadores de redes, seguimos a lo nuestro. Se nota que hay distancias insalvables entre nuestro grupo y el grupo de mujeres.

jueves, 12 de marzo de 2009

TENGO MAL CUERPO

Verdaderamente uno ya no es el que era, aquel jovencito capaz de beberse tropecientas cervezas y levantarse al día siguiente más o menos en forma (aunque hay que decir en honor a la verdad que nunca tuve lo que se dice un gran saque y que ese "más o menos en forma" hay que traducirlo por amnesia -a veces era incapaz de recordar dónde había aparcado el coche la noche anterior- y temblores en brazos y piernas). Digo esto porque anoche salí con Carlos G. a celebrar su cuadragésimo segunda vuelta de tiovivo y me bastaron cuatro cervezas, cuatro, para acabar hecho un guiñapo. No digo que estuviera borracho. Borracho no, pero me he pasado el día entero con resaca y no he podido hacer nada a derechas. Ahora mismo, y ya son las siete de la tarde, todavía me duele la nuca y no puedo hacer movimientos bruscos de cabeza sin ver las estrellas. De modo que voy a telefonear a Enrique para decirle que ya nos veremos otro día, que no tengo el cuerpo para tabernas. Por fortuna no hay casi nada que hacer en el despacho, y lo que hay que hacer puede esperar.
De los excesos e imprudencias que se cometen en la juventud: me acuerdo ahora de aquella vez que fui con Angelito a la feria de Lora del Río y acabé borracho perdido y en ese estado conduje hasta Sevilla, adonde llegamos milagrosamente sanos y salvos (se ve que el pajarito mandón aún no había decidido finiquitarme) a eso de las seis de la mañana. Al final de la carretera de Carmona tuve que detenerme para vomitar. Salí del coche dando tumbos y apoyé las manos en la tapia de una fábrica, comencé a largar y entonces unos perros se me vinieron encima, ladrando y corriendo desde el fondo del patio. La verja era lo suficientemente alta como para no sentirme amenazado, pero aquellos dientes y aquellas babas y aquellos ojos brillando a la luz de la luna (o de las farolas, no hay que perder la ocasión de despoetizar la realidad) no se me van a olvidar mientras viva.

miércoles, 4 de marzo de 2009

NOLI ME TANGERE

Los peligros de la relectura: Rayuela ni tocarla (al menos de momento).

martes, 3 de marzo de 2009

HOPPER / NOVELA NEGRA


Releo la anterior entrada de este mi diario publicable y me viene a la mente cierto cuadro de Hopper en el que unos personajes solitarios beben en un bar típicamente americano de los años cuarenta. También hay que decir que esta mañana he leído en mi despacho algunos párrafos de El largo adiós. Por alguna razón -que tal vez me aclaren estas líneas- el libro se me vino a las manos. Hopper, Chandler. El deseo de leer a Vázquez Montalbán. Los prejuicios ya superados que durante años me impidieron leer novela negra. Uno de los libros que me marcaron en la adolescencia fue Llamad a cualquier puerta. ¿Por qué lo que nos dio placer a los quince o dieciséis años no habría de gustarnos a los cuarenta? En todo caso, evitar cuidadosamente los peligros de la relectura.

lunes, 2 de marzo de 2009

A LA SALIDA DEL LEROY

El viernes, a la salida del Leroy Merlin, mi padre y yo nos detuvimos en un Gambrinus para tomar una cocacola (yo) y café y tarta (mi padre). A nuestra izquierda, en la barra, discutía una pareja. El tipo decía una y otra vez: ¿qué tengo que hacer?, díme, dime tú lo qué tengo que hacer, venga, explícamelo, porque yo no lo sé. Los miré disimuladamente. Él: calvo, cara arrugada aunque todavía joven, gesto desagradable. Ella: más joven, pelo moreno, cara insulsa (me hubiera gustado que la muchacha fuera guapa; me gusta ver a mujeres guapas desperdiciando con tipos feos y desagradables y presumiblemente pobres las enormes posibilidades que brinda la belleza, es una especie de venganza). La mujer encendió un cigarrillo y yo la imité encendiendo otro. Mi padre acabó de comerse la tarta y yo apuré mi vaso de cocacola. No quiso que yo pagara la cuenta.

jueves, 19 de febrero de 2009

JUZGADOS

Esta mañana juicio de faltas. El juez dictó sentencia absolutoria in voce y el cliente, un tipo verdaderamente impresentable, salió de la sala de vistas maldiciendo a los jueces y a la justicia. Antes de entrar en la sala, en el pasillo, me fijé en un tipo de unos cuarenta años, buen porte, vestido con rancia elegancia (chaqueta marrón, pañuelo verde asomando por el bolsillo y corbata del mismo color); tenía el cráneo rapado y lucía un pisacorbatas tal vez de oro con la bandera de España y el aguilucho franquista. Al dirigirle la palabra al agente judicial, el tono autoritario y cortés que cabe esperar de un verdadero caballero español.
Ya en la calle, los chicos de la prensa esperando la entrada o la salida de los juzgados de un nuevo detenido en el caso de la muchacha asesinada.

miércoles, 18 de febrero de 2009

EL TEMPLO DEL DIABLO


El sábado pasado excursión al llamado Templo del Diablo, un monasterio en ruinas a las afueras de Carmona, cerca del matadero. El lugar, al menos visto a pleno sol, no tiene nada de siniestro, lo que me produjo una pequeña decepción. Hice algunas fotografías.
Esta noche se me ha aparecido en sueños mi tía Carmela, muerta hace años. Me preguntó con voz rara (una especie de eco metálico vibraba en su voz) si yo había cambiado de escritorio. Le contesté: no, tita, no he cambiado de escritorio, es el mismo que tú me regalaste. Mi tía me puso una mano en el hombro y entonces yo me desperté y sentí durante unos segundos el peso de su mano sobre mi hombro izquierdo. No sentí miedo, tan solo la inquietante impresión de que mi tía estaba allí, en mi dormitorio, vigilándome tal vez.

martes, 17 de febrero de 2009

CIGARRILLOS / FOTOGRAFÍA

Carlos García y yo calculamos el número aproximado de cigarrillos que nos hemos fumado a lo largo de nuestras vidas. A mí me salen unos 146.000 y a Carlos 240.900. Así se explica que Carlos tosa por las mañanas y yo no.

Esta fotografía la hizo mi hijo, de tres años. La atmósfera vaporosa, la indefinición del encuadre, la suave tonalidad de los colores, la deliberada ambigüedad del tema. Todo ello produce en el espectador (su padre) un efecto de extrañamiento ante lo cotidiano como sólo puede darnos la mirada de un niño.

lunes, 16 de febrero de 2009

LA CARA EN LA NUCA

Me acuerdo de lo que decía Julio: después de los cuarenta años la verdadera cara la tenemos en la nuca. No hago más que recordar los tiempos en que éramos capaces de pasarnos la noche bebiendo como animales y riendo como locos y todas nuestras preocupaciones se llamaban examen o sexo (obsérvese cómo se repite la siempre misteriosa letra equis). El viernes pasado salimos a dar una vuelta por ahí, Angelito, Carlos García, Rocío, Lola y yo -y nuestro hijo, porque no hay manera de que mis padres se queden con el niño. Daba lástima ver a Angelito apoyado contra la fachada del bar Las Columnas, doblado por el dolor, la cara hecha un poema mientras se lamentaba: la hernia me está matando, coño. En ese momento sentí lástima no tanto por el dolor del amigo sino por mí mismo, por mis casi cuarenta y un años y tanta vida desperdiciada. Porque uno siente que la vida, la verdadera vida, ya pasó, y no fuimos capaces de disfrutarla como merecíamos por el simple hecho de ser jóvenes, estar sanos y vivir de nuestros padres. Ángel está viejo, Carlos García está viejo, Rocío envejece. Me miro al espejo y todavía veo al muchacho que fui, pero si me miro en las caras de mis amigos no puedo sino sentir un escalofrío de pánico.
Ahora, mi único consuelo: los diez mil que escondo en el despacho, detrás de una caja de cartón.