domingo, 27 de diciembre de 2009

INVENTARIO APRESURADO

¿Qué me ha dejado el año 2009? Dos escritores, Roberto Bolaño y Thomas Bernhard, y el cineasta Andrei Tarkovski. Y el deseo (comprensible, pues soy peterburgués hasta la médula, y si no me creen pregúntenle a mi querida Nastasia Filippovna, que ella sabrá defenderme) de leer Petersburgo, una novela de Andrei Biely.
Con Bolaño estuve en Isla Canela, quiero decir en el desierto de Sonora, desenterrando cadáveres de muchachas asesinadas y violadas y esperando con la respiración contenida y un hilito de baba cayéndome de la comisura de los labios la llegada del gigante que nos salvará de la mala literatura.
Con Bernhard construí una calera (seguí escrupolosamente las indicaciones, y el resultado ahí está) que bien podría ser la casa de mis pesadillas (últimamente sólo pesadillas, siempre casas desvencijadas y malsanas, siempre espacios cerrados y homicidas).
Con Tarkovski, la maravilla de ver cómo en la pantalla del televisor aparecen, sin que uno tenga que hacer el menor esfuerzo, mis sueños y mis recuerdos. Recuerdos, entre otros, de cuando uno era ruso y vivía en San Petersburgo sin un rublo y no hacía otra cosa que releer incansablemente Un héroe de nuestro tiempo y suspirar por las largas y perfectas piernas de Nastasia. Decía Céline que la auténtica aristocracia humana la confieren, digan lo que digan, las piernas, y yo afirmo que si eso es así, no hay mujer más aristocrática que Nastasia Filippovna. Pero estoy desvariando. Basta de Nastasia por hoy.
Lo que quería decirles es que ahora, justo cuando el año 2009 está a punto de irse para siempre, me he hecho amigo del sobrino de Wittgenstein. Él está encerrado en un manicomio y yo en un sanatorio para enfermos de pulmón, maldito sea el tabaco. Sanatorio y manicomio, instituciones sumamente austriacas, están separados por una verja que los reclusos (sí, somos reclusos antes que pacientes) de uno y otro lado burlamos con gran facilidad arrastrándonos por debajo. Al atardecer los locos tienen que ser capturados por los guardianes y metidos en camisas de fuerza, y tienen que ser sacados de la zona de pulmón y devueltos a la de los enfermos mentales con porras de goma, como he visto con mis propios ojos, y eso no ocurre sin gritos lastimeros que me persiguen hasta en mis sueños. Pero la amistad de Paul compensa sobradamente tan tristes espectáculos.
Pues eso, Bolaño, Bernhard, Tarkovski y el deseo de Biely. Lo demás puede olvidarse.

2 comentarios:

Laura dijo...

Creo recordar que manicomios y cárceles son espacios donde se puede fumar, aún.

C. B. dijo...

Pues sí, creo que así es. Cualquiera sujeta a un loco que se ha quedado sin tabaco!