domingo, 27 de mayo de 2012

Animals versus Tuna

Cómodamente arrellanados en la butaca, mi hijo y yo escuchábamos por cuarta o quinta vez Don't let me be misunderstood, de los Animals, cuando de repente una algarabía de bandurrias, panderetas y voces engoladas vino a turbar sin la menor consideración nuestro arrobamiento.

—¿Qué es eso, papá?

—La tuna, hijo. La tuna que pasa.

Mi hijo saltó de mis rodillas y fue corriendo al balcón. Súbitamente inspirado, gritó con todas sus fuerzas:

—¡A callar, borrachos!

No, no se callaron, siguieron cantando Clavelitos o lo que fuera aquello. Las bandurrias echaban fuego. Eric Burdon se desgañitaba inútilmente en los altavoces. Pero yo estaba... ¿cómo decirlo? Yo estaba totalmente henchido de orgullo paterno. Y espero, oh Señor, que no se me malinterprete.

domingo, 13 de mayo de 2012

Instrucciones para leer El extranjero

En los últimos tiempos sólo literatura canalla: Muerte a crédito, de Céline, relectura de Los siete locos, de Roberto Arlt:

—¿Quién te dio el dinero?
—Un rufián.
—Tenés pocos amigos, pero buenos...

¿Por qué Céline y Arlt? Pues porque me siento canalla y me apetece ensayar la mirada del canalla —esa mirada asqueada e irónica, aunque compasiva en el fondo, tan difícil de imitar para una criaturita como yo. Y porque, en definitiva, hace demasiado calor para la literatura de cuello duro, así que dejémosla para otro momento. Hace demasiado calor para casi cualquier cosa, lo que inevitablemente me lleva a pensar en El extranjero, cuyo tema principal no es el crimen, ni la indiferencia, ni la fatalidad, ni el absurdo existencial, ni cualquier otro que hayan podido señalar los críticos, esa plaga abominable y sentenciosa, sino pura y simplemente el calor.

Le aconsejo leer El extranjero en Sevilla, en el mes de julio, en una azotea. Empiece a leer a las doce del mediodía. No beba, no busque la sombra. Limítese a leer la novela de un tirón. Hacia las cinco o las seis de la tarde habrá acabado. En cualquier caso, ya habrá leído lo suficiente. Luego salga a la calle con un revólver. Sí, un revólver. ¿Qué se había creído? ¿Pensaba que esto no iba en serio? Pasee por la calle revólver en mano y sienta cómo le envuelve el aire caliente y espeso, cómo se le mete en los pulmones y los abrasa, sienta el sol ardiente en la espalda, en la nuca, en el cráneo, las cuchilladas de luz, los mareos, el sudor resbalando por la frente e introduciéndose en los ojos, la ropa adherida al cuerpo. Sienta todo eso, y si no le pega cuatro tiros al primero que le dé las buenas tardes, puede considerarse con toda justicia un héroe de la contención.

Sevilla, qué calor. Como cantaba Silvio: Somos víctimas propicias / de una antigua maldición, / hemos de ganar el pan / con el propio sudor. / Menos mal que aquí en Sevilla / la vida tengo ganada / porque con tanto calor / sudo aunque no haga nada.