martes, 18 de noviembre de 2014

viernes, 15 de agosto de 2014

El sobrino de Wittgenstein

Sus hermanas estaban convencidas de que estaba loco. ¡Esquizofrenia!, decían cada vez que Tulio armaba uno de sus habituales escándalos: peleas callejeras, borracheras, salidas de tono en reuniones familiares... cosas así. ¡Esquizofrenia, esquizofrenia! La palabrita no se les caía de la boca. Pero Tulio se decía: Estoy bien. Estoy contento, luego estoy bien. Estas brujas solo buscan deshacerse de mí de la manera que sea. Tulio estaba seguro de que sus hermanas únicamente perseguían incapacitarlo, declararlo oficialmente loco para quedarse con su parte de la herencia materna (unos cuantos cachivaches apolillados, no se vayan a creer), y no se dejaba amilanar. Al contrario, les replicaba: Sois vosotras, queridas hermanas, las que estáis locas. Pero no cualquier clase de locura, no... ¡Lo que se dice locas de atar! Y a continuación, con mucha cordura a mi modo de ver, exponía sus argumentos: ¡Tú, mírate bien!, le decía a su hermana número uno: obesa, alcohólica, insomne, depresiva, incapaz de gobernar tu vida... ¡Y tú! (a la hermana número dos): Analfabeta, subnormal, prepotente, desprecias todo aquello que no eres capaz de entender, ni siquiera tu marido puede soportarte, ¿y qué sería de ti si tu marido no te mantuviera, eh? En una cena en la embajada de Portugal (sí, yo también quedé muy sorprendido; ¡la embajada de Portugal, se dice pronto!) la hermana número dos puso un plato con restos de comida sobre un libro muy valioso, un ejemplar único de no sé qué siglo que el señor embajador había tenido a bien mostrar a sus invitados, lo cual le pareció a mi amigo el colmo del analfabetismo y de la prepotencia. ¡Un plato grasiento encima de un incunable!, decía lleno de rabia. Tenías que haber visto la cara del embajador. Un poema. ¡Yo, el loco, quería morirme de vergüenza! Mientras hablaba le salía espuma por la comisura de los labios; literalmente Tulio echaba espuma por la boca, una espuma blanca y espesa de la que yo no podía apartar la vista... De modo que allí estábamos, Tulio y yo, bebiendo cerveza en un bar llamado La Enana (el nombre es grotesco, estamos de acuerdo, pero a mí me sirve para recordar el verdadero nombre del bar) y conversando acerca de su supuesta locura. Finalmente me obligaron a ir al psiquiatra, siguió contándome; me dijeron que no estaban dispuestas a soltarme un solo céntimo más si no iba al psiquiatra y me sometía a tratamiento, píldoras para volverme idiota, ya sabes, así que acabé por ceder, la verdad es que no tenía alternativa (aquí una sonrisita pícara), me  tragué mi orgullo y fui a ver a una psiquiatra que me había recomendado mi hermana número uno, al fin y al cabo era ella la que pagaba la consulta... En ese momento Tulio me puso en la mano un papel doblado que había sacado del bolsillo de la camisa.Y bien, dijo, me gustaría conocer tu opinión. Desdoblé el papel y lo leí detenidamente. Dos veces incluso. Se trataba de un informe médico muy detallado y excepcionalmente bien redactado. En fin... Aquel documento, con su membrete de una conocida clínica psiquiátrica, su sello color violeta y su firma ilegible, probaba que, en efecto, mi amigo no era esquizofrénico, sino simplemente paranoico. Y juzgar por la expresión de su rostro era evidente que el diagnóstico le llenaba de satisfacción. Lo felicité efusivamente: ¡Enhorabuena, no eres esquizofrénico!, le dije estrechándole la mano. El dictamen lo firmaba la doctora Tal y Cual. Muy guapa mujer, la psiquiatra, dijo Tulio cuando le devolví el papel. Me gustaría volver a verla, añadió.

domingo, 4 de mayo de 2014

Ya era hora de que tú y yo tuviéramos un momento de intimidad

Los años... los años nos van puliendo, redondeando... los años, todos sabéis de lo que hablo, van quitándole hierro al asunto. No hace mucho, apenas una década, me retorcía de ira e indignación por cualquier cosa. Una banda de cornetas y tambores, por ejemplo. Un pantalón color burdeos, por ejemplo. Pero en los últimos tiempos mi carácter se ha suavizado mucho. Con la edad me he vuelto, si no tolerante, al menos indiferente. Politesse es la palabra justa. (Aunque por dentro, por dentro... ¡qué de pelotones de fusilamiento lleva uno por dentro, mis queridos niños!) Los años, decía. Los años nos ablandan y eso es terrible, leemos algo que escribimos hace siglos o vemos esa fotografía o esa película o, Dios no lo permita de nuevo, escuchamos esa canción y entonces se nos saltan las lágrimas y la boca se tuerce en una mueca horrorosa. Así es, y vergüenza debería de darnos. Ah, pero los años... Los años a veces traen dones inesperados. A algunos nos traen la intimidad. Esa intimidad que durante tanto tiempo se mostró esquiva y nos rechazaba casi a puñetazos y un buen día, zas, ahí está. Esa intimidad absolutamente íntima, yo me entiendo. De modo que brindemos por ello (rápido, la vida pasa) y, por favor, no le demos más vueltas.