viernes, 18 de diciembre de 2009

¡EL FRANCIS BACON NO LO VENDO!

Konrad, arruinado, entrampado hasta las cejas, ninguneado por los mismos bancos que durante decenios le habían prestado dinero a manos llenas con el solo aval de su apellido, sin habilidad alguna para ganarse la vida, logró sobrevivir durante un tiempo malvendiendo a avispados anticuarios la mayoría de los muebles y cuadros y demás objetos valiosos que había ido acumulando a lo largo de los años. Todo lo vendió o quiso vender, como digo, en su demasiado humano afán de supervivencia. Todo, excepto su Francis Bacon. ¡El Francis Bacon no lo vendo!, se le oía decir una y otra vez con su característica vehemencia.
Y yo ahora me pregunto: ¿qué objeto de los que poseo no vendería bajo ninguna circunstancia? ¿Qué cosa es mi Francis Bacon? Y después de meditarlo durante unos minutos, mientras hojeo, precisamente, un libro sobre la vida y obra de Francis Bacon, cuyos cuadros, dicho sea de paso, me atraen y me repugnan a partes iguales, llego a la conclusión (sin sombra de patetismo, que quede claro) de que no tengo nada digno de no ser vendido, pues posiblemente no tengo nada digno de ser comprado. Y aquello que yo llamaría mi Francis Bacon, aquello de lo que no me separaría jamás, bajo ninguna circunstancia, no pertenece al comercio de los hombres, pues no es más que una pobre secreción de mí mismo sin valor alguno, excepto el puramente sentimental. Me refiero (aquí no hay lugar para el misterio) a mis diarios y apuntes, que, como ese hilo de baba que va dejando tras de sí el caracol, he ido dejando yo sobre el camino.

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