El viaje a Écija. El hastío de oír una vez más el mismo cuento. La hartura. ¡Qué hartura, hijo, de escucharte una y otra vez la misma milonga! La sensación de estar rodeado de idiotas ambiciosos y miserables. La sensación (o la virtud, en mí inveterada) de estar sin estar. Las palmaditas en el lomo. La risitas. El asco. Y la vuelta a Sevilla, ya de noche, para que yo pudiera ver los restos magníficos de la puesta de sol.
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