Podemos imaginar a qué grado de desesperación, de hartazgo, tuvo que llegar la dueña de la tienda para verse en la necesidad de poner un cartel así en la mismísima puerta de su negocio. Cuántas veces tuvo que oír de todo el que entraba en la tienda, fuera o no fuera cliente, la misma pregunta insidiosa, cargada de mala leche: Niña, ¿y el zapatero? Y cuánta desesperación hay en ese ¡por favor! Cuánta rabia, cuánta gota que colma el vaso en esos signos de admiración tan bien puestos, por otra parte, que parecen puestos por un catedrático.

No hay comentarios:
Publicar un comentario