En estos tiempos releer a Cioran equivaldría a poner una pistola en manos de un suicida. Las manos quietas, pues, por muy grande que sea la tentación. Y no obstante, las manos se van a la librería. Sólo una frase, ¡venga!, la primera que salga, cualquiera vale. Y esto es lo que obtengo: "Es inexplicable, milagroso, que un hombre de ciudad llegue a pegar el ojo."
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