martes, 22 de septiembre de 2009

AUTOBIOGRAFÍA ABREVIADA. INFANCIA (II)

1974: Escribo e ilustro un relato cuya primera frase dice: en París había terror porque Drácula mataba. Acabo párvulos, entrega de diplomas en el salón de actos, empiezo primero de EGB. Debo de ser un alumno realmente ejemplar, porque don César, el profesor, me sienta al lado de su hijo para que el muchacho tenga la mejor compañía posible. En clase nos llamamos por el número de lista. El cinco, el veintitrés. En el recreo todos los niños llevamos pistola. Jugamos a matarnos una y otra vez y hay días en que muero hasta quince veces. Un día se me olvida en casa el revólver y me camelo al tonto del cuarentaidós para que me preste su luger, prometiéndole que al día siguiente le dejaré mi revólver cargado con balas de verdad. Llega la hora de cumplir mi promesa, el tonto del cuarentaidós se me acerca y me pide el revólver y yo me hago el loco como si no supiera de qué me habla y sigo pegando tiros. El cuarentaidós se me queda mirando en silencio y con el corazón roto. No se ha traído la luger. Confiaba en mi palabra. De modo que puedo engañar y burlarme de los débiles como cualquier hijo de puta, me digo. De modo que puedo hacer el mal y quedarme tan ancho. Lección aprendida. Aprendida para siempre.

1975: Cambio de aires. De las tinieblas de La Salle al sol de Los Calasancios. De la calle San Luis a Montequinto. De los curas a las monjas. Colegio mixto, además. Las niñas, esas criaturas extrañas y sabias y extremadamente interesantes. Rápidamente me echo novia, la Débora. En el largo recreo de la tarde nos paseamos, la Débora y yo, cogidos por la cintura. Un día que estoy saltando a la comba con dos niñas, se me acerca una monja y me reprende. Los niños con los niños, las niñas con las niñas. Obedezco y me busco amistades masculinas. Mi amigo Eduardo me cuenta historias fantásticas que yo tomo por verdaderas. Leo Mortadelo y Filemón. Leo Maese Pérez el organista en una revista del colegio. La muerte de Franco me pilla en cama con paperas. Cuando vuelvo al colegio, leo el testamento político de Franco en el cartel que han colocado a la entrada del edificio principal. La rica multiplicidad de nuestras regiones y todo eso. Juego al escritor: en el lavadero de la casa de la calle Atienza coloco una silla y una mesa y sobre la mesa un montón de cuartillas en las que trato de escribir una novela rusa. En un rincón del lavadero, sobre un viejo colchón, duerme mi mujer (la fregona). Debo acabar la novela, cobrar un anticipo de la editorial y comprar medicinas para mi mujer. Vivimos en la peor de las miserias, pero no me importa. Yo escribo, escribo.

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