sábado, 12 de septiembre de 2009

AUTOBIOGRAFÍA ABREVIADA. INFANCIA

1968: Nazco o me nacen. Me bautizan en la basílica del Gran Poder. Yo me dejo hacer. Mis padres son unos críos de veintipocos años y yo no las tengo todas conmigo.

1969: Largas conversaciones telefónicas con mi tía Carmela.

1970: Me llevan a Gibraleón. Nada más llegar al pueblo, me pego un batacazo y me abro una brecha en la frente cuya cicatriz aún me duele si la presiono con los dedos. Mi padre cuenta con orgullo que no derramé una sola lágrima mientras el practicante o veterinario del pueblo me cosía la herida. Nace mi hermano y yo intento asesinarlo en un descuido de mi madre cubriéndolo con polvos de talco. Mi único amigo: el galápago milenario que vive en los arriates. Le recomiendo a la prima Loli, la más fea del pueblo, que se compre un novio en El Corte Inglés. Yo me echo mi primera novia, la Cinti. Canto el Achilipú y todos se parten con mis gracias. Una noche de verano, sentado en el suelo del patio, descubro que tengo los pies feísimos, pero no se lo digo a nadie. Me hacen cantar una y otra vez el Achilipú. Achilipú, apú, apú...

1971: Otra vez en Sevilla. Yo me dejo hacer. Ya se verá en qué acaba el asunto. Juego con un seiscientos en miniatura igualito al que tiene mi abuelo. Mi tía Carmela me regala un coche a pedales con capota y todo. Conduzco mi flamante coche por el patio del almacén de mi abuelo mientras la lluvia cae sobre la capota. Plot, plot, plot. A todo esto me llevan al Espíritu Santo, mi primer colegio, y yo lloro y me dejo hacer. La clase es oscurísima, no se ve nada. Los niños recitamos a coro: por los siglos de los siglos, amén. Sobrecogedor. En el patio del colegio una monja vende chicles Bazooka duros como piedras. Viene a recogerme mi tío Rafael y yo me abrazo a sus piernas como un náufrago se abrazaría a una tabla. A los pocos días me sacan del colegio. Una vez liberado, me dedico a jugar con los perros de mi abuelo. A la Tula casi la dejo ciega echándole un puñado de tierra en los ojos, el animalito.

1972: A San Cayetano, y esta vez parece que va en serio. Yo me dejo hacer. La clase huele a goma de borrar y a viruta de lápices y a vómito de niño chico. Sor Bibiana me enseña el padrenuestro. Un niño logra aterrorizarme diciéndome que su padre es un romano que va a matar a mis padres y a toda mi familia con su espada, el muy hijo de puta. Otro niño que huele a huevos cocidos me dice que se llama Israel. En el comedor del colegio, después de tomarme la sopa, dibujo con el dedo en el fondo del plato el número 5. Viene un negro y nos hace una película con un tomavistas. Días después nos sientan a todos los niños en el patio y nos pasan la película: mi hermano con la cara llena de chocolate mirando fíjamente y como alucinado a la cámara.

1973: Colegio La Salle de la calle San Luis. Don Fernando, que me trata de usted y entra en trance cada vez que habla a sus alumnos de la imagen de la Virgen de los Reyes que llevaba San Fernando en la silla de montar, el cuadro de honor, la foto de Franco presidiendo la clase, el hermano Secundino golpeándome en la cabeza con una llave o tirándome de las patillas sin que yo le dé motivo alguno, por pura maldad lasaliana, las ortigas que crecen en las grietas de los muros del patio de recreo, el olor a zotal de los urinarios, el cura que vigila en el comedor y me obliga a comer con cuchillo y tenedor el trozo de queso que mi madre me ha puesto en la fiambrera, la cancela del zaguán, los pupitres, el silencio de la clase, el horror, el horror. Cada mañana vomito el café con leche que me da mi madre para desayunar, así que mi madre deja de darme café y empieza a darme zumo de naranja con azúcar. El miedo me hace ser el alumno más aplicado que quepa imaginar. Saco 10 en todo. Sólo una vez me llevo un palmetazo en la mano por equivocarme en una suma. No volverá a pasar. Los cuadernillos Rubio y el bloc de dibujo Platero. El olor que exhalan las páginas de El Parvulito. Cada día debo recitar de memoria la lección de El Parvulito. El profesor me llama por mi apellido, salgo a la pizarra, me pongo de pie sobre una loseta de color más oscuro (y ¡ay del que se salga de la loseta!) y suelto de un tirón: Dios es nuestro padre celestial, que premia a los buenos y castiga a los malos, etc. Disciplina. Flores a María. Sotanas. Soy el número uno de la clase. En el recreo juego a los esquiadores. Los niños corremos en zigzag y movemos los brazos como si lleváramos bastones de esquí. Es deprimente. Don Fernando trae un magnetófono y nos pone villancicos que suenan tristísimos. Pampanitos verdes, hojas de limón... Hubiera preferido no tener que oír esos villancicos. No me gustan las digresiones. Prefiero el ordenado discurrir de las cosas, la disciplina, el terror cotidiano y comprensible.

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