Yo tenía veinte años y en alguna parte había leído que la cosa empezó con Lautréamont, aunque Lautréamont se murió el pobrecito mucho antes de que Breton y los demás surrealistas lo divinizaran. Así que hice mis deberes y me leí de cabo a rabo Los cantos de Maldoror, y bueno... bien... La foto del tal Lautréamont estuvo pegada con cinta adhesiva en la pared de mi cuarto durante años, junto a las de Paul Keres y Capablanca de chico jugando al ajedrez con su padre. Después vino Nadia, de André Breton, que me gustó a ratos. No llegué a enamorarme de la muchacha, aunque le puse empeño, y el narcisismo de Breton me fastidiaba. De Breton leí también Antología del humor negro y Pez soluble y cómo no, los famosos manifiestos surrealistas. Nada del otro mundo, en mi opinión. Leí también una novela de Aragon, Aniceto o el panorama, que me pareció malísima. Para quitarme el mal sabor de boca que me habían dejado las andanzas del tal Aniceto, quise leer El campesino de París, pero los libreros sevillanos me decían que ese libro no existía o bien que no estaba traducido al español. Puras mentiras. Años después me lo prestó un amigo, el libro, pero ya se me había pasado la fiebre del surrealismo y el libro no me hizo el menor efecto. Ni siquiera pude acabarlo. En la feria del libro antiguo de no recuerdo qué año me compré por cuatro perras las Escrituras de Max Ernst. Me gustó mucho la historia del hombre que perdió su esqueleto. También compré en la feria un ensayo sobre el surrealismo en España, de Aranda, y aprendí un montón de cosas que ya se me han olvidado. Lo mejor fue, sin dudarlo, La vida secreta de Salvador Dalí, obra maestra de la literatura que demuestra dos cosas: a) que el surrealismo es cosa de españoles, no de franceses sabihondos, y b) que Dalí era mejor escritor que pintor, lo que ya había advertido en su momento el padre del propio Dalí. También me interesé por Dada, leí el Almanaque Dada y aprendí a hacer poemas aleatorios. Hice algunos poemas aleatorios, pero he debido de perderlos en alguna mudanza. Tanto mejor, porque sospecho que eran muy malos. Recuerdo que leí algo de Ionescu, La cantante calva, tal vez, pero no estoy seguro de que Ionescu fuera surrealista, aunque le andaba cerca. Mi mayor proeza en aquellos años consistió en leerme el teatro completo de Arrabal, que también anduvo cerca del surrealismo sin ser propiamente surrealista. Magnífico El arquitecto y el emperador de Asiria. Grande Arrabal.
Escribo de memoria. Si le echara un vistazo a mis libros estoy seguro de que encontraría alguna cosa más. La biografía de Duchamp. Poemas de Breton. Los caligramas de Apollinaire. Sí, hay más. Seguro.
El surrealismo se pasa con los años, como tantas otras cosas hermosas.
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