Leo
La Calera (ya voy por la página 151). Cada diez segundos, más o menos, mi hijo me obliga a
interrumpir la lectura, pues no soporta que su padre lea habiendo tantas cosas perentorias por hacer -armar la catapulta, levantar una muralla con bloques de madera, instruir a los romanos en el manejo de la espada. De este modo puedo sentir en mis propias carnes algo parecido a lo que debía de sentir
Konrad cuando alguien lo interrumpía cada vez que se disponía a redactar su famoso estudio. No sabría decir cuánto se enriquece la lectura de
La Calera con este método. Gracias, hijo mío.
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