En realidad no es una lectura difícil, le dijo al parecer Konrad al Hombre que vio a la Pantera, ahora puedo decir que no es una lectura difícil, no es difícil en absoluto. Estaba asombrado, él, Konrad, de que durante decenios hubiera visto dificultades donde en realidad no había la menor dificultad. Pero yo estaba equivocado, dijo Konrad, completamente equivocado. Desde el principio él había encarado el texto de La Calera como si se tratara de un desafío a la inteligencia, dijo al parecer, como si el autor se hubiera propuesto medir su inteligencia con la de sus lectores, pero no es un desafío, no es un reto, no es un combate entre dos inteligencias, la del escritor y la de quien lo lee, no es nada de eso, decía al parecer Konrad. El error está en ver una escarpada montaña donde solo hay un llano y rectilíneo camino, un camino desbrozado, asfaltado y recto, o mejor aún, le dijo al parecer Konrad al Hombre que vio a la Pantera mientras lo arropaba y le colocaba una almohada debajo de la cabeza, un tren al que se nos invita a subir sin exigírsenos nada, nadie nos exige nada, entiéndalo bien, no se nos pide que decidamos la ruta pues la ruta está decidida de antemano, no se nos pide que interpretemos la ruta pues la ruta ya ha sido interpretada de antemano, por eso, dijo al parecer Konrad, ahora me sonrío y me digo que fui un estúpido cuando pensé que La Calera era una lectura difícil. No hay dificultad alguna, créame, basta con dejarse llevar y dejar que el paisaje penetre por nuestros ojos y la música penetre por nuestros oídos. Porque sólo hay paisaje y música, dijo al parecer Konrad, la idea de que La Calera es una especie de pugna entre su autor y el lector ocasional es mezquina, es de una mezquindad nauseabunda. Solo hay paisaje y música, paisaje para nuestros ojos y música para nuestros oídos, nada más, dijo Konrad, un niño podría leer sin la menor dificultad el texto. Los niños jamás ven las dificultades que pueda conllevar cualquier empresa, por eso, cuando no hay dificultades, como ocurre con La Calera, tampoco inventan dificultades. Él, Konrad, había inventado dificultades donde únicamente había un camino desbrozado, asfaltado y recto, y paisaje y música. Y humor, añadió al parecer Konrad después de una pausa. Eso era al parecer lo más importante, lo que nunca había que perder de vista, dijo El Hombre que vio a la Pantera que le había dicho Konrad. ¡El humor de La Calera!, exclamó al parecer varias veces Konrad dándose palmadas en los muslos, ¡el humor!, ¡el humor! Cuando uno advertía que La Calera no era sino una monumental humorada, la venda se caía de los ojos y la cera se caía de los oídos y ya no encontraba uno la menor dificultad.
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