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"Los domingos, sobre todo cuando cruzaba entre la gente a la vuelta de los toros, pensaba en el placer que sería para él poner en cada bocacalle una media docena de ametralladoras y no dejar uno de los que volvían de la estúpida y sangrienta fiesta."En fin, que hablé de toros por primera vez en mi vida. Tuvieron la culpa Juan Belmonte y su biógrafo, Chaves Nogales. Lean Juan Belmonte, matador de toros, como he hecho yo recientemente, y ya me dirán si no es para ponerse a hablar de toros a la primera ocasión que se les presente.
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Dice Martin Amis que "en cada bar de Andalucía hay una fotografía firmada de Hemingway emborrachándose o persistiendo en su borrachera en compañía del propietario". En los bares que suelo o solía frecuentar, jamás he visto yo una foto de Hemingway, ni borracho ni sobrio. Sí vi durante muchos años, en la taberna del Traga, una foto de Yul Brynner jugando al ping-pong con Vicente el Traga. A la taberna se la llevó el diablo hace mucho tiempo, y con ella desaparecieron la foto de Yul Brynner y otros tantos objetos maravillosos. El Traga, quiero pensar, ocupa entre nuestros recuerdos —los míos y los de mis amigos— un lugar privilegiado. Fueron muchas las botellas de manzanilla La Guita que allí consumimos, muchas las horas que allí pasamos riendo, bebiendo y fumando hachís, es decir, viviendo. Con los trozos de guita que adornaban el cuello de las botellas de manzanilla, Carlos García fabricaba unas diminutas sogas de ahorcado que después regalaba a las niñas para que las lucieran en el pecho anudándolas a un botón de la camisa.
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No sé de qué manera, como no sea recurriendo a la memoria de unos cuantos supervivientes, podría hacerse el inventario de los extraordinarios y fascinantes objetos que había en la taberna del Traga. Recuerdo, a bote pronto, la cabeza reducida de un jíbaro a la que, según decía Jesús, el sucesor de Vicente detrás de la barra, había que cortarle el pelo cada cierto tiempo; una pareja de lagartos disecados; un ídolo brasileño; un cartel de toros del año de la polca; un grabado en el que aparecía un tosco campesino bailando la danza del cisne al son de un gramófono; un busto de Manolete; un dibujo abstracto que, no sé por qué, me hacía pensar invariable y perversamente en los planes quinquenales soviéticos; un... un... un...
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A quien guste de los inventarios desaforados e inacabables, le sugiero que visite El Aleph de Ramón y se pierda gozosamente en él. Por cierto, que de Ramón Gómez de la Serna estuve hablando con G. precisamente el mismo día que me expuso su método para amaestrar madres. Me preguntó si había visto yo esa película en la que sale Ramón exhibiendo una mano gigantesca. Qué pregunta, hombre. Por supuesto que sí.
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"—Dentro de unos años, a lo mejor, no hay ni aficionados a los toros, ni siquiera toros. ¿Estás seguro de que las generaciones venideras tendrán en alguna estima el valor de los toreros? ¿Quién te dice que algún día no han de ser abolidas las corridas de toros y desdeñada la memoria de sus héroes? Precisamente, los gobiernos socialistas..
—Eso sí es verdad. Puede ocurrir que los socialistas, cuando gobiernen..."
Manuel Chaves Nogales
Juan Belmonte, matador de toros, Sevilla, 1935
5 comentarios:
Qué delicia de lectura, fresca y colorida (la tuya, no la de Belmonte). ¡Ah, las tabernas-museo! Con su mugre y puntos negros... Nada que ver con los locales de diseño, tan pálidos.
no sé, a veces siento que los toros si van a desaparecer y la fiesta brava será sustituida por algo igual de salvaje y sangriento pero con otros protagonistas. Los hombres somos insaciables de violencia.
Ya era hora de que volviera usted. Pensé que le habían abolido.
Sigue divagando. Así me ayudas a divagar a mi también. Besos
Escuchaba una canción punk antitaurina en cuyo coro se repetía una y otra vez "motxalo" y en el vídeo se mostraban imágenes de toreros ¿motxados?. (Acá no se matan toros, más bien se aporrean novillos en la medialuna).
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