Estos viejos condiscípulos míos, con sus hermandades y sus cofradías, su ruan y su esparto, sus rezos y sus estampitas. Estos hijos y nietos del nacionalcatolicismo, que votan a Vox «sin complejos», según dicen a boca llena y pecho henchido. Con sus fobias —los rojos y todo lo que a rojo les huela— y sus filias —la patria, la fe, los valores y similares artefactos—. Calvos algunos, con gran barriga otros. Con vara en el Corpus todos.
Eran niños rancios que ya llevaban dentro al viejo rancio que acabarían siendo cuando nos sentábamos, bien apretaditos, en los pupitres del San Francisco de Paula. Yo anduve siempre un poco o un mucho al margen. Pero anduve, anduve con ellos. Anduve, jugué y conversé con ellos. Y algo los conozco. Un poco, vaya.
Yo soy, por si todavía no se han dado cuenta, un desclasado.