domingo, 7 de marzo de 2010

DECEPCIÓN

En la mesa del fondo, en vez del tablero, las piezas, el reloj de ajedrez y un par de tipos jugando y bebiendo cerveza, hay un mustio matrimonio de ancianitos tomándose qué sé yo, una clara y una tapa de boquerones en vinagre. Qué decepción. Yo, que me había prometido una noche de blitz loca en el Dueñas, una noche de viernes como las que a mí me gustan, ajedrez y cervezas y un cigarrillo detrás de otro en compañía de gente amiga, para premiarme por ser tan buen chico y tan buen padre de familia. Nada. Mala suerte. Y encima no para de llover. Y yo frente a la puerta del bar, con este paraguas ridículo que apenas me cubre la cabeza, mojándome los zapatos y sin decidirme a entrar. Mis esperanzas de intoxicarme hasta la náusea con ajedrez, tabaco y alcohol se deshacen en el agua de los charcos. Se deshacen, ya son nada. Qué hacer entonces, qué hacer, ya que estoy aquí, excepto entrar a desgana en el bar y pedirle a Manuel una cerveza que me bebo a sorbitos acodado en la barra mientras miro alternativamente la mesa a la que se sientan los ancianos usurpadores y la espalda de la muchacha rubia o teñida de rubio que se sienta a mi izquierda en un taburete; miro el anillo plateado que la muchacha lleva en el pulgar y la bandera británica que lleva cosida a la chaqueta vaquera, y como quien no quiere la cosa pego la oreja y me entero de que el muchacho que acompaña a la muchacha rubia (cuya cara no alcanzo a ver del todo, solo un ojo y la nariz respingona a juego con el color de su pelo) toca la guitarra en un grupo de rock, pues mira tú qué bien. Manuel me dice que lo mismo le pasó a Paco C. el otro día, vino con ganas de jugar y no apareció nadie, se puso a leer el periódico, aburrido, esperó una media hora y acabó por largarse. Y yo también me mandaré a mudar tan pronto como me acabe la cerveza, me digo. Manuel me da conversación, le agradezco su buena voluntad. Me pide un lucky, está intentando dejar de fumar y no ha tenido otra ocurrencia mejor que pasarse a los cigarrillos mentolados, un asco, como cualquier fumador sabe, así que de vez en cuando necesita fumarse un cigarrillo de verdad para quitarse el mal sabor de boca. Le doy el lucky, lo enciende y le da una buena calada y después lo deja en el cenicero, donde va consumiéndose mientras Manuel atiende a los clientes y yo le doy sorbitos a la cerveza y me pongo a mirar la foto de la Macarena que hay encima de la puerta de la cocina. ¿Vendrá Marco? No creo, dice Manuel. Aunque quién sabe. No, la noche no está para nada, no vendrá nadie con esta lluvia, esta lluvia incesante y perra que acabará por deprimirnos a todos. La muchacha rubia y su novio rockero se marchan. Una vieja grita desde una de las mesas: a ver esas albóndigas, y uno de los muchachos que están en la esquina de la barra, junto al teléfono, imita bajito el graznido de la vieja y los demás se parten de risa.
Sin apurar la cerveza pido la cuenta, pago, me despido de Manuel y salgo a la calle con mi paragüitas.

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