domingo, 11 de abril de 2010

EL HOMBRE DE LA MASCOTA (V)

El hombre de la mascota tiene nombre y apellidos, puesto que el hombre de la mascota es real, no está de más recordarlo, aunque a veces, por culpa del tono literario o pseudoliterario o pretenciosamente literario de estas notas (es una vergüenza, pero no consigo decir las cosas de otro modo), pueda parecer lo contrario: yo mismo, al releerme ("hasta yo me releo a veces, y entonces bicarbonato", decía el mismísimo Cortázar), he llegado a dudar de la realidad del hombre de la mascota. Como hombre real que es, tiene, repito, nombre y apellidos, y lo que aquí me interesa decir es que ese nombre y esos apellidos fueron una vez (¡una sola y preciosa vez!) escuchados e inmediatamente olvidados por alguien que, tan pronto como escuchó y olvidó, se apresuró a contarme lo que yo ahora trataré de contar aquí casi un año después; no pudo memorizar el nombre y los apellidos, como digo, aunque es de suponer que esta persona que escuchó el nombre y los apellidos del aquí llamado hombre de la mascota los escuchó con suma atención, toda la atención que pudo ser capaz de prestar cuando de golpe y para su sorpresa reconoció al hombre (no sólo yo he reparado en su existencia, cualquiera que tenga ojos en la cara puede hacerlo) y se extrañó de verlo fuera de su puesto y en un lugar (colegio electoral del distrito de Nervión) aparentemente muy poco propicio para un encuentro con el hombre de la mascota. De modo que esta persona, de cuyo relato no puedo dudar, reconoció al hombre tan pronto como lo tuvo frente a sí, se extrañó de verlo allí, en un colegio electoral, con su mascota y su bastón y una papeleta electoral en la mano, se extrañó y se emocionó y se dijo: así que el hombre de la mascota vive en Nervión y todos los días viene de Nervión al centro para ocupar su puesto. Y cuando el hombre de la mascota, como el hombre real que es, puso sobre la mesa su carnet de identidad y pronunció su nombre y apellidos, esta persona, mi corresponsal, por así decirlo, pudo oír claramente su nombre y apellidos pronunciados por el hombre mismo, pero no fue capaz de memorizarlos, y aunque, según me dijo, tuvo la intención de anotarlos en un papel mientras aún resonaban en su cabeza, por timidez o vaya usted a saber por qué no se decidió a hacerlo. De esta manera se perdió la oportunidad de saber el nombre y apellidos e incluso, con un poco de atrevimiento y astucia, el DNI del hombre de la mascota. Lo que tal vez quiera decir que el hombre de la mascota se resiste a dejarnos pruebas de su realidad, o que quienes nos hemos fijado en él y en su singular manera de pasar los días nos negamos la posibilidad, de una manera instintiva y subconsciente, de saber algo más de este hombre.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un poco embrollado, no?