sábado, 16 de octubre de 2010

Las despreocupaciones de un padre de familia

Nuestro odradek (porque nosotros tenemos un odradek) es una cabeza de San Martín de Porres del tamaño de un garbanzo, negra y desportillada, que desde hace años rueda a su antojo por casa con el beneplácito de sus moradores, tan contentos de tener un odradek como otros lo están de poseer un aleph o un gremlin. Este odradek nuestro empezó a serlo el día en que el San Martín de Porres de escayola que yo tenía sobre la mesita de noche (una especie de recuerdo de la infancia) se cayó accidentalmente al suelo y se partió la cabeza. La cabeza salió disparada, y por más que la buscamos mi mujer y yo por todas partes no hubo manera de encontrarla. Se nos quedó, pues, el santo sin cabeza, y daba tanta grima verlo así, descabezado, que acabé por tirarlo a la basura. El caso es que, mucho tiempo después, la cabeza apareció donde menos se la esperaba (detrás del bidé, por qué no decirlo), pero saltaba a la vista que ya no era simplemente la cabeza perdida de San Martín de Porres. Se había convertido, entre tanto, en un odradek.
Como todo odradek que se precie de serlo, el nuestro desaparece durante meses para reaparecer el día menos pensado detrás del mueble de la tele o en un rincón de la cocina poco frecuentado por la escoba. Entonces uno se alegra muchísimo de verlo después de tanto tiempo y le dice a su mujer o a su hijo: ¡mira, el odradek!, y lo coge con cuidado entre los dedos y se le queda mirando un rato a los ojos, esos ojitos infantiles y pícaros que parecen decir ¡suéltame ya, hombre! Y uno tiene que soltarlo de inmediato, por supuesto, porque en eso consiste el juego, en dejarlo rodar libremente por la casa para que nuestro odradek pueda cumplir su destino de odradek. Así que vuelvo a colocarlo en el suelo y de una cariñosa patada lo lanzo lo más lejos posible. Hasta la vista, amigo.
La idea de que mi odradek pueda sobrevivirme me trae sin cuidado. Como dijo aquél: las cosas quedan, las gentes se van. O algo así. Y es que uno no es Kafka, qué coño.

1 comentario:

Jordi dijo...

Nuestro odradek es el mando de la tele. Desaparece de mi vista largo tiempo varias veces al día, pese a mis incesantes búsquedas.