viernes, 15 de agosto de 2014
El sobrino de Wittgenstein
Sus hermanas estaban convencidas de que estaba loco. ¡Esquizofrenia!, decían cada vez que Tulio armaba uno de sus habituales escándalos: peleas callejeras, borracheras, salidas de tono en reuniones familiares... cosas así. ¡Esquizofrenia, esquizofrenia! La palabrita no se les caía de la boca. Pero Tulio se decía: Estoy bien. Estoy contento, luego estoy bien. Estas brujas solo buscan deshacerse de mí de la manera que sea. Tulio estaba seguro de que sus hermanas únicamente perseguían incapacitarlo, declararlo oficialmente loco para quedarse con su parte de la herencia materna (unos cuantos cachivaches apolillados, no se vayan a creer), y no se dejaba amilanar. Al contrario, les replicaba: Sois vosotras, queridas hermanas, las que estáis locas. Pero no cualquier clase de locura, no... ¡Lo que se dice locas de atar! Y a continuación, con mucha cordura a mi modo de ver, exponía sus argumentos: ¡Tú, mírate bien!, le decía a su hermana número uno: obesa, alcohólica, insomne, depresiva, incapaz de gobernar tu vida... ¡Y tú! (a la hermana número dos): Analfabeta, subnormal, prepotente, desprecias todo aquello que no eres capaz de entender, ni siquiera tu marido puede soportarte, ¿y qué sería de ti si tu marido no te mantuviera, eh? En una cena en la embajada de Portugal (sí, yo también quedé muy sorprendido; ¡la embajada de Portugal, se dice pronto!) la hermana número dos puso un plato con restos de comida sobre un libro muy valioso, un ejemplar único de no sé qué siglo que el señor embajador había tenido a bien mostrar a sus invitados, lo cual le pareció a mi amigo el colmo del analfabetismo y de la prepotencia. ¡Un plato grasiento encima de un incunable!, decía lleno de rabia. Tenías que haber visto la cara del embajador. Un poema. ¡Yo, el loco, quería morirme de vergüenza! Mientras hablaba le salía espuma por la comisura de los labios; literalmente Tulio echaba espuma por la boca, una espuma blanca y espesa de la que yo no podía apartar la vista... De modo que allí estábamos, Tulio y yo, bebiendo cerveza en un bar llamado La Enana (el nombre es grotesco, estamos de acuerdo, pero a mí me sirve para recordar el verdadero nombre del bar) y conversando acerca de su supuesta locura. Finalmente me obligaron a ir al psiquiatra, siguió contándome; me dijeron que no estaban dispuestas a soltarme un solo céntimo más si no iba al psiquiatra y me sometía a tratamiento, píldoras para volverme idiota, ya sabes, así que acabé por ceder, la verdad es que no tenía alternativa (aquí una sonrisita pícara), me tragué mi orgullo y fui a ver a una psiquiatra que me había recomendado mi hermana número uno, al fin y al cabo era ella la que pagaba la consulta... En ese momento Tulio me puso en la mano un papel doblado que había sacado del bolsillo de la camisa.Y bien, dijo, me gustaría conocer tu opinión. Desdoblé el papel y lo leí detenidamente. Dos veces incluso. Se trataba de un informe médico muy detallado y excepcionalmente bien redactado. En fin... Aquel documento, con su membrete de una conocida clínica psiquiátrica, su sello color violeta y su firma ilegible, probaba que, en efecto, mi amigo no era esquizofrénico, sino simplemente paranoico. Y juzgar por la expresión de su rostro era evidente que el diagnóstico le llenaba de satisfacción. Lo felicité efusivamente: ¡Enhorabuena, no eres esquizofrénico!, le dije estrechándole la mano. El dictamen lo firmaba la doctora Tal y Cual. Muy guapa mujer, la psiquiatra, dijo Tulio cuando le devolví el papel. Me gustaría volver a verla, añadió.
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3 comentarios:
Tulio hace unos silogismos muy sensatos. Creo que primo Paul era más hábil ocultando su filosofía. Felicitaciones igualmente.
ja ja, ¡muy bueno! Paranoico es sin duda un buen dictamen. Cualquier cosa mejor que psicópata. Besos.
Saludos, querido y querida. Tiempo sin vernos.
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