sábado, 12 de junio de 2010

La ofensa (based on a true dream)

Bueno, el caso es que estábamos en El Traga, miren ustedes por dónde, tomándonos la enésima cerveza de la noche. Yo estaba de pie delante de él y él estaba sentado en un banco hablando con Cobos, cuando de golpe se me ocurrió aquella estupidez, una tontería, como verán. Dejé el vaso en la barra y me dio por pensar que mis brazos eran dos trozos de carne muerta, no sé por qué, pero eso fue lo que imaginé; me incliné hacia él y con los brazos colgando delante de su cara empecé a agitarme como un idiota, se me iban de un lado a otro, los brazos, cada vez con más fuerza, cada vez más separados del cuerpo (él seguía a lo suyo y hacía como si no se diera cuenta de nada), y en una de esas le golpeé en la cara sin querer. Fue apenas un golpecito en la mejilla con la punta de los dedos, no le dolió, de eso estoy seguro, no le quedó marca ni señal alguna, verdad es que tenía la cara colorada, pero yo creo que era por culpa del alcohol y del calor que hacía en la taberna, en fin, una nadería, pero él se enfadó mucho, muchísimo, como si yo le hubiera mentado a la madre, reaccionó, a mi entender, de una manera absolutamente desproporcionada, juzguen ustedes si no. Se puso teatralmente la mano en la mejilla, levantó la cara y me miró con mucho desprecio, no sabría decir cuánto desprecio y odio había en aquella mirada suya. Inmediatamente me sentí cortado, le pedí disculpas y sonreí tratando de quitarle importancia al asunto (en realidad no tenía la menor importancia, como veo ahora claramente, todos estábamos un poco empuntados y él mismo había bebido tanto como el que más). Sin embargo, no se quedó satisfecho con mis disculpas, no le pareció oportuno dejar las cosas como estaban. Me miró con odio y desprecio, como queda dicho, ofendido hasta el alma, y me dijo en voz bien alta para que todos pudieran oírlo: No eres más que un borracho, ¡un borracho molesto e impertinente! Me quedé estupefacto. En ese momento no supe qué decir ni qué hacer. Miré a mi alrededor buscando, no sé, alguien que intercediera en mi favor, un amigo que pusiera fin a aquella situación tan embarazosa con una carcajada y un par de palmaditas en la espalda. Al fin y al cabo éramos amigos de toda la vida, ¿no? Pero nadie hizo ni dijo nada. Ramírez y Cobos se pusieron a beber cara a la pared; Ribas, desde la barra, miraba al suelo con las cejas arqueadas y meneando la cabeza. Todos callados como perros. No sé qué me dolió más, si el insulto de X o el silencio de los otros.
El resto de la noche transcurrió del modo que cabe imaginar. Yo, abochornado y en cierto modo ofendido, me limité a seguirlos de bar en bar sin despegar los labios excepto para beber (debí beber mucho aquella noche). Los demás hablaban entre ellos sin hacerme caso. A eso de las tres de la madrugada me despedí de Ribas, Cobos y Ramírez. A él no quise ni mirarlo. Cogí un taxi en la avenida y me acuerdo de que durante el trayecto apenas podía contener las náuseas, sentía arcadas por todo lo que había bebido y por todo lo que me había tenido que tragar. El taxista conducía como un demente, parecía que tenía mucha prisa aquel hijo de puta, pero me guardé mucho de decirle nada. En un santiamén estuve frente al portal de mi casa. Pagué, salí del taxi como pude y me fui dando tumbos hacia el portal. La cabeza me daba vueltas y estaba tan furioso conmigo mismo, me odiaba tanto, tanto, que me habría arrancado la cara a pellizcos en plena calle. Mientras buscaba las llaves en el bolsillo del pantalón me acordé, qué curioso, de aquella cajita con plumas estilográficas que me había regalado mi tío Rafael hacía años y que me dejé olvidada en un taxi el mismo día que me la regaló. Me dio mucha pena acordarme de la cajita y de las plumas. Unas plumas viejas, manchadas de tinta seca, que no valían nada y que no he vuelto a ver.

1 comentario:

Jordi dijo...

Yo dejé de beber para no volver a vivir situaciones como esa. Bueno, miento, me lo aconsejó el médico, pero me hizo un favor. Y cada vez que salgo de un taxi miro con atención el asiento que acabo de abandonar. Para no olvidar nada. No sé cómo lo consigues. Eres el autor de mis pesadillas.