lunes, 6 de febrero de 2023

Tristeza sanmariana de los bienes ajenos

En Santamaría Sur la envidia corre por las calles como un río, un río bilioso y fétido en el que todo sanmariano se baña y del que todo sanmariano bebe. Ellos no lo saben, pero es justamente así.

Ningún sanmariano puede sufrir que su vecino tenga un perro con mejor pedigrí que el suyo o que muerda más que el suyo.

Todo sanmariano se informará de inmediato del patrimonio que posees. Si a su juicio es poco, suspirará aliviado y fingirá compadecerte por tu mala fortuna. Si a su juicio es mucho... ¡gasta cuidado!

Tanto tienes, tanto vales. Aunque seas un analfabeto, aunque seas un adefesio, aunque hiedas como un burro muerto en una cuneta, aunque tu dinero venga de explotar a pobres diablos o de traficar con drogas... nada de eso tendrá la menor importancia si, al poner tus pies en el banco, el director deja a un lado cualquier cosa que esté haciendo y corre a estrecharte la mano al tiempo que te dice mil zalamerías. Entonces, amigo, todo estará bien. Entonces todo será perfecto.

«Si Fulanito triunfa, yo me ahorco»: Esta frase se la oí decir a un sanmariano del que, por otra parte, no puede decirse que haya fracasado en la vida. ¡«Me ahorco», qué cosas!

Ningún sanmariano dejará de fijarse en la marca del reloj que llevas, y poco después, a hurtadillas, averiguará su precio.

Los sanmarianos compiten entre sí por ver quién tiene el televisor más grande. Yo he visto allí televisores del tamaño de un campo de fútbol, lo juro.

Por lo demás, en Santamaría Sur no hay nada que ver. Desde luego nada que merezca la pena. Ya hablé en algún lugar de lo que allí se conoce como El Castillo y que, siendo generosos, no es más que un montón de escombros. Hay, eso sí, una bodega de aspecto agradable en la que uno puede tomarse un vaso de vino a la sombra de un emparrado.

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